viernes, 23 de marzo de 2012

Visión poética de Andalucía

[Publicado en Alcalá Información el 23-3-12]


                          
Puede parecer un escape que, en vísperas de unas elecciones andaluzas en las que se juega tanto como se juega, nos venga un escritor probablemente aburrido a escribirnos sobre esto. Pues, sí. Hablar de la Andalucía poética puede resultar más interesante y más revolucionario de lo que parece, sobre todo cuando -al final de la campaña- ya se han oído todos los mensajes habidos y por haber. Así que les ofrezco para la jornada de reflexión una visión poética de Andalucía. A lo mejor nos ayuda a elegir bien el voto, no crean ustedes que no.

Hay muchas visiones poéticas de Andalucía, aunque pueden resumirse en dos: una, la Andalucía tópica; otra, la Andalucía reivindicativa. La primera fue diseñada por los “vencedores”, pasó a ser canto y cartel de la dictadura y su relevo puede rastrearse todavía en gran parte de la derecha española. La segunda fue bandera de los “vencidos” y formó parte de la mochila del exilio hasta que la izquierda la recuperó y la incorporó a su patrimonio. No, no, esto no es opinión. Los textos están ahí y pueden leerse.

Mientras que unos poetas describían una Andalucía triunfal y colorista y hacían del
piropo tópico y juguetón una adormidera, otros se comprometieron con una Andalucía en blanco y negro y hacían del grito y de la rabia un instrumento para la igualdad y para la justicia. Por un lado los símbolos de la tierra de María Santisíma, del vino y del aguardiente, de las mujeres bonitas y de los hombres valientes, la del limpiabotas y el señorito, la de la Carmen de Marimée y la de don Guido, “aquel trueno vestido de nazareno”. Una Andalucía virtual, de pastiche, que pretendía esconder la Andalucía real.
           
De la pluma de Pemán, de Montoto, de los hermanos Quintero, etc. nos llegaba la Andalucía tópica de charanga y pandereta, camuflada y humillada, con la jaca jerezana y el sombrero cordobés, la taberna y la baraja, la del habla “grasiosa”, el salero y el “jozú mi arma, que no ze pué aguantá”; una Andalucía del costumbrismo de lo cutre, el sainete picantón, el cante jondo como juerga de puterío y “madrugá”, el cortijo como paisaje y el conformismo como opio, etc. etc. etc.  Una Andalucía que se exportó y que todavía queda como sustrato en los chistes del Manu y la zafiedad de los Morancos … y en algunos diputados del PP, que no dudan en hablar de Andalucía como “tierra de vagos, de analfabetos y de irresponsables que, encima, no saben hablar”. Y por supuesto, fuera de nuestra tierra. En Lisboa se extrañaban de que yo no supiera bailar sevillanas. Pero … ¿tú eres andaluz?


El poema Canto de Andalucía de Manuel Machado resume esta imagen. Bajo los
evidentes aciertos líricos del poema -indiscutibles-, se encierra una poesía de chichinabo,
escapista y seca, muy “bonica” … y pare usted de contar. La claridad de Cádiz, el agua que
llora en Granada, la Córdoba callada, la cantaora Málaga y el plateado Jaén, la dorada Almería,
la Huelva de las carabelas … ¡Y Zevilla, cazi ná!

           Mientras, por otro lado, otra Andalucía se mordía el hambre y emigraba. La gente con
alpargatas, el campo de sol a sol, la última de la fila, aquella que cantaba por seguiriyas aquello de
“mi madre como era pobre, no podía darnos pan / se hartaba de darnos besos… luego se
echaba a llorar!”

Esta Andalucía trágica y reivindicativa que se huele en la literatura de Bernarda Alba,
en los aceituneros altivos de Jaén, la del romance del señorico, la del destierro, la emigración
y los ayes del hambre . Esa Andalucía de los campos de la Baeza machadiana, de la arboleda
perdida de Alberti, de los poemas de la sombra en Aleixandre, del olor a tierra de Cernuda,
que le hace escribir -desde el exilio-  aquel poema Tierra en donde todo vuelve otra vez vivo
a la mente, irreparable ya con el andar del tiempo, y su recuerdo ahora me traspasa tu sueño …,
¿quién lo olvida, tierra nativa, más mía cuanto más lejana”?.

Porque Andalucía necesita enterrar definitivamente esa imagen deformada que confunde el
colorido con la luz, el campo con el paisaje, la risa con la alegría, la gracia con el duende, la copla
con el quejío, la vagancia con la siesta, la limosna con la justicia y la religión con la sacristía. 

Cuando el próximo día 25 vayamos a votar, deberíamos haber pensado antes qué visión poética
andaluza queremos: si volver a la imagen triunfal del piropo y del aguante o seguir con la imagen de
la recuperación en igualdad con el resto de España. De eso estamos hablando.

El cambio en Andalucía ha sido tan grande en cotas de progreso, desarrollo e igualdad que nada tiene
que ver la Andalucía del presente con la Andalucía del pasado. Continuar con ese proceso de
modernización es lo que está en juego. Si al fin una pulmonía mató a don Guido, impidamos que no
renazca de sus cenizas, disfrazado de don Arenas. Y que podamos estar orgullosos de que Falla
pusiera el compás y Mairena el grito, y de que la verdiblanca sal de sus semillas sea vientre y clamor
de cada día con nuestro verbo y nuestro beso.

La poesía, esa arma cargada de futuro (Celaya dixit), también nos da bastantes claves
para distinguir dos visiones literarias que son algo más -mucho más-  que dos imágenes de la tierra
que queremos unos y otros.  Piénselo bien … y vaya a votar.



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