lunes, 19 de marzo de 2012

P. Mendoza SJ. RIP

Me llega la noticia de la muerte del sacerdote jesuita P. Mendoza, profesor mío en aquellos años de la Safa de Úbeda, allá por los 60. Eran tiempos de pobreza y analfabetismo en la Andalucía del túnel y del silencio, aquella Andalucía de pandereta y sacristía -en blanco y negro- en donde sólo estudiaban los ricos.
Ninguna institución como la Safa redimió más y mejor a unos muchachos que nunca hubieran podido tener acceso a la educación y la cultura. Ya lo dejé escrito en un réquiem cuando murió el P. Villoslada.
Ahora, con esta muerte, se va definitivamente la Safa histórica, aquel oasis en el gran páramo de España. Y el P. Mendoza era el último de Filipinas. Profesor, psicólogo, políglota, padre espiritual, emérito … todo un currículum dedicado a la formación de los jóvenes andaluces que menos tenían. Todo un ejemplo. Toda una hoja de servicios en favor de un humanismo cristiano y social enmarcado en el contexto de la dictadura franquista.
El náufrago se encontró con el P. Mendoza en Granada, un día de primavera como hoy, cuando ya el alzheimer cabalgaba en su desmemoria. Me emocioné. Tenía ante mí, después de 45 años, a uno de los hombres al que le debo todo, junto al P. Bermuda, a don Jesús Mª Burgos, a don Isaac … y a alguno más.
-Yo soy el Poli, padre.
-¡Ah, sí, Enrique!
- No, Rafael, al que le llamaban también Kubalita. Enrique es mi hermano.



Erguido como palmera centenaria, enjuto en su bufanda gris, tibiamente cercano, con
su cruz a cuestas. Aquel hombre de latines y versículos fue el símbolo de una Safa preñada de compromisos.
El náufrago vivió aquel día un momento especialmente feliz. Toda la Safa como madre y maestra de su vida, como trayectoria vital  de un viaje que se inició en la Alcalá de 1952 y pasó por Úbeda haciendo escala luego en Ritotinto, Gazules, Écija y Granada. Pero también pasó la película de aquella Safa que fue ilusión rota, la de la zancadilla por detrás y la del laberinto.
Gracias, P. Mendoza. Usted me enseñó a combatir la mediocridad con su ejemplo. Quiero que sepa -desde allí arriba- que sigo empeñado en lo mismo. Una rosa roja, tan sólo, de este náufrago al que cada vez se adentra más en su isla.
Con aquellos versos de B. Brecht:
    “Hoy ha vuelto a sonar el viejo volcán, que parecía cansado”

-Adiós, Enrique, me dijo.

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