viernes, 29 de junio de 2012

El ladrón de libros

El día 26 de junio, cuando toda la prensa hablaba sólo de dos asuntos, la prima de riesgo a la luz del rescate y la ansiada espera de la “roja” ante su partido futbolero contra Portugal, hete aquí que llegó a la Goleta un papel azulón, salido de las vírgenes aguas del Mar de los Fenicios, con unas letras impresas que el náufrago pudo leer a duras penas, ya que el agua había desteñido el carboncillo de la escritura.
¿Sería un mensaje de amor, un SOS urgente tal vez, acaso un misterioso mensaje de un tesoro, o quizás una amenaza nueva del pirata Nelson, su enemigo de al lado? Temblaba el náufrago -nerviosamente- y sus dedos bailaban sobre la húmeda textura del papel. Pero nada de eso era. Una noticia tan sólo:

     “La policía detuvo ayer a dos jóvenes que habían robado unos libros”

¿Cómo? … Imposible, pensó el náufrago, y releyó varias veces las deshilachadas grafías para asegurarse de que eso era lo que estaba escrito.  
Y recordó aquel texto sobre la historia de la niña que robaba las palabras a Hitler en el famoso cuento de Markus Zusak o aquel programa  “Robando libros” de Radio Arena, en Tenerife, un desafío a la lectura como tiempo de ocio y de cultura.  Cualquier lector del breve texto, por poco desarrollada que tuviera su comprensión lectora, podía deducir una serie de realidades a cual más sorprendente:
-     que todavía había gente interesada en los libros,
-     que su interés era tan grande que les empujaba incluso a robarlos, como si se
     tratase de un artículo de primera necesidad, algo así como el pan para comer,
-     que la policía los detenía por entender que robar libros era una acción
     delictiva. 

lunes, 25 de junio de 2012

Soy el novio de la muerte

Amanecía violeta por las lomas del Camello y el frescor de la mañana
anunciaba calores de castigo como preludio de lo que sería una noche
de San Juan con bruja quemada y repique de cornetas. Era el gran
día legionario, destinado a celebrar la gloría de Iván, un caballero herido
por la bala talibana. Mures ardía, rebelde entre sus campos, y proyectaba
una sombra de hojalata herida.
Desde el altiplano de la Goleta, el náufrago había ensayado el “soy el
novio de la muerte” en su versión de ritmo lento, como correspondía al solemne
ritual de la jornada. Mucha gente asombrada en la estrecha sombra de la
sombreada esquina.
           soy un novio de la muerte
             que va a unirse en lazo fuerte
             con tal leal compañera.
A pleno aire, ardientes, vigorosos, arropados al sol del mediodía,
80 caballeros formaban las escuadras. La espera era lenta, cansada, fugitiva …
mientras las altas cabezas y los fieles cabecillas firmaban no sé qué en las
letras de los libros. “Los tienen así para que se cabreen y luego canten con más coraje”,
le dijeron al náufrago. Pero no hubo himno, ni escopetas, ni desfile.
¿Cómo es posible un homenaje militar sin sus símbolos?, se preguntaba
el náufrago. Una misa de 7 curas, con un cristo, en un altar, a coro rociero,
repartiendo hostias consagradas. ¿Pero qué era aquello un acto legionario o
unos ejercicios espirituales?
Ni siquiera las arengas civiles y militares estuvieron a la altura del
patriotismo y el honor exigidos por la noble misión de los ejércitos, salve y
guarda de los destinos imperiales de todas las Españas.


lunes, 18 de junio de 2012

Corazón de tiza

Suena Spinetta con su "corazón de tiza" y toda la roca oeste de la isla acompaña al son de la balada. Un intenso celeste refleja la sombra de unos buitres blancos, venidos tal vez por el olor a música.
Muchacha, ojos de papel, adónde vas// quédate hasta el alba//
Muchacha, pechos de miel, no corras más // quédate hasta el día.
Sueña un sueño despacito // hasta que el aire suba al sol.
            Spinetta ya murió, picado por un buitre convertido en culebra. Le avisó una meiga con todo el mejunje del conjuro prendido en sus pestañas, pero Spinetta se encogió de hombros y se tragó el veneno.                                                       

Eran tiempos de junio en la Goleta, así que pronto vendría el verano presumido con su olor a sobaco y bronceado playero. El cansancio asomaba también por las veredas de los saludos viejos.
Muchacha, voz de gorrión// tu tiempo es hoy.
Y no llores más, muchacha//, corazón de tiza//
cuando todo vuelva // a tomar su color.

La metáfora del corazón de tiza, una de las más bellas que había oído nunca el náufrago,
le devolvió el misterio de los sueños. Por eso quiso unirla a la fábula de los buitres blancos … porque las flores también  pueden morir en primavera, como pasa en algún relato de Kafka.
            Al náufrago -todos los días- se le viene a la memoria la primera vez que oyó “corazón de tiza”. Fue en la barra del O Beirao, una tasca salpicada de morangos en los altos de la Alfama de Lisboa. Pero no la cantaba Spinetta, sino una voz con timbre de fado.
Desde entonces, cada vez que la oye, las algas de la Goleta se ponen en celo entre las rotas palabras de la arena. Es entonces cuando aparecen los mudos fantasmas sacudiendo el espejo de las aguas. Porque así estaba escrito -infalible- que se le acababa la lumbre.
El náufrago intentaba desgravarse esa música y entonar un nuevo canto, pero el “corazón de tiza” lo visitaba contra viento y marea.


martes, 12 de junio de 2012

EL GRITO

En ocasiones llega a la isla de la Goleta un delfín con forma de sirena. El náufrago lo sabe porque lo anuncia el mar con la inmensa sonrisa de sus olas. Él está en las rocas de la playa, perdido y desinflado, cuando el agua y la sal -en remolino- brincan y juegan con el perfil de la brisa en su silueta. Es entonces cuando al náufrago se le ilumina el mar, testigo de un bautizo de agua con sabor a besos.
La tarde -indescifrable- caía lentamente sobre el mascarón del Corpus, junto a Juan Salvador Gaviota y los albatros.
-Horroroso el Grito de Munch, había escrito el náufrago, a pelo con el consumo de los intelectuales. Y un debate nocturno engrandeció la noche. ¿Horroroso de horror, de calidad, de rabia … tal vez de muerte? 91 millones de € por el horroroso Grito de Munch, repetía el náufrago.



La Goleta tiene un rincón tropical en donde se cambia la piel de las sirenas. Por allí aparece el náufrago, de vez en cuando, para tomarse un espeto con papaya. Bella y frugal, eterna, la sirena, antes de meterse en las aguas, se despide con un adiós blanquinegro, dejando el mar herido y naufragado.
Dicen que las hormigas emiten unos gritos tan agudos que si el oído humano los percibiese nos volveríamos locos. El náufrago lo sabe.
La noche llega tarde, se alarga, se engrandece allá por los peñones del leve rompeolas. Y en la mañana nueva, un grito nuevo acude mientras -quieto y temprano- el náufrago  se apura su ración matutina, verde nilo café. .. Como el grito de Munch.


viernes, 8 de junio de 2012

El hombre cola



El náufrago estaba eufórico aquel día. Acostumbrado a ser el hombre-cola, creyó haberse liberado -por fin- de todos los tiempos perdidos en todas las colas de su vida: telecolas, aguantacolas, rabocolas, futbocolas, pepsi y cocacolas. Le dijeron que a la Goleta había llegado el cajero automático. Entusiasmado, pensó que se habían acabado ya las cola-das, cola-boraviones, cola-psos y cola-terales. No haga colas, decía la propaganda del teléfono, de la Renfe, de la Sevillana y del quiosco de la esquina. No más colas, domicilie sus pagos, muérdase la cola y tire la colilla a la basura, la administración contra las colas, ha muerto el deporte de la colaera, España ha dejado de estar en la cola, no pegue más con cola... Eslóganes como estos llenaron de pronto la desierta y oceánica isla de la Goleta.

El náufrago recordaba todas las largas colas de su vida: en el fútbol había diez taquillas y sólo vendían entradas en dos, igual que en la Renfe, y en el aeropuerto, y en la contribución urbana, y en la declaración de la renta, y en Mergansa, y en el supermercado, y en la churrería … Y no digamos en Industria, Educación y Hacienda. Siempre una cola se le había aparecido como un tren larguirucho, serpiente negra o lombriz suave. En la panadería, en la antesala del dentista, en la matricula de preescolar, en el estanco del vecino y en el báter de su casa (uno para ocho), y por eso había domiciliado los recibos de la luz y el teléfono, el cobro de quinielas y lotos, los pagos de basura, las multas impagables, las facturas diversas, los impresos, las instancias…




El náufrago estaba aquel día eufórico. Por fin iba a dejar de estar colado. De pronto lo liberaban de tantos pasitos y coladas a causa de ese nuevo dios de la informática. ¿Qué haría ahora con sus colas, sus timbres, sus pólizas, sus sellos, sus rúbricas y sus compulsas? Había llevado siempre una cartera con declaraciones juradas varias, certificaciones dobles, fotocopias del carné, recortes distintos del País, impresos múltiples de giros y partes médicos, permisos por asuntos propios y bajas de solicitada urgencia. Hasta tenía dos libros de familia numerosa, dos cartillas de ahorros, dos militancias políticas y dos chaquetas reversibles.

Aquel día eufórico el náufrago se disponía a disfrutar de la nueva era maquinista que le había propiciado un nuevo servicio. Cogió su automatic-card que -siempre pensando en usted- le ahorraría un nuevo tiempo. No se desanimó por el "fuera de servicio" que emitía la lucecilla roja del aparatito en su primer intento. Había más cajeros distribuidos por la geografía urbana. Iría al más próximo y "de camino" le serviría de terapia para su reúma. La maquinilla no admitía su tarjeta. Nada -se dijo don Colario- hay más. Operación errónea por no ser múltiplo de siete, le contestó la otra. Siga esperando, teclee un poco más, nos hemos quedado sin un duro, marque de nuevo el PN, la técnica también falla, el más próximo está... y así sucesivamente. Tuvo que entrar al BYTN para sacar 25 € que le hacían falta como el comer y se encontró con una cola interminable.

lunes, 4 de junio de 2012

Bankia golfa

Mientras en la Goleta se edifica cimbrera la pobreza,
los muros del dinero asedian los pilares  de la Banca,
altivos, marrulleros,
como refugios negros de una peste infame
que lenta-mente se tragan la fe vencida de la vida humana.
Dibuja el náufrago en su huella la canción del derrotado
en cada pentagrama de hambre y de silencio,
voraz, superlativo
capital de codicia amancebada con la prima de riesgo,
como un viejo refugio, golfa en la ruina.
Detrás de los gorilas, empachados de renta y de misterio,
cabalga el pueblo entero con su risa perdida para siempre,
deforme, acobardado,
y atrás -en Eurolandia- se salpican las ubres del dinero
entre cuellos, gomina e hijos de puta.


Goletiana la isla se derrumba, bankia golfa de avara geometría,
cerrada a cal y canto la luz desciende en sombra
utópica y oceánica
al compás de los ibex, los inputs, las usuras, con sus bolsas feroces,
a sablazos de dioses claroscuros, culpables de oro y plata.
Me cago en “tos” tus muertos, bankiana idolatría
que rica y despiadada te tragas la quimera golondrina del agua,
naufragio y bruma
de una indigna y atroz naturaleza, ya nadie en el olivo
se atreve a recitar los versos de Minerva.