lunes, 28 de enero de 2013

Manolo el Sereno

En la serie periodística Pido la palabra, el náufrago publicaba Un día en Frailes (15-3-2008). Era una página costumbrista en donde se aireaba la mirada del paisaje frailero, adornado por los almendros en flor y los mayeos de marzo. Frailes se acercaba al náufrago con la levedad de una coral de gorriones entre las casas blancas y sufridas, a la vez que el agua redentora descubría sonidos olvidados. Invitado por Santiago Campos, compartimos mesa y casa con Manolo el Sereno, un señor de quien el náufrago había oído hablar mucho y al que -por tanto- tenía gran interés en conocer. Fue una jornada deliciosa e inolvidable, porque el cielo quiso ofrecer su cara buena y, ya se sabe, cuando hay buen clima reina el entusiasmo. Un sol tibiamente primaveral, la luz azul de un cielo transparente y una ligera brisa mañanera de encendida ceniza. Y por supuesto, choto, y salchichón sabroso, y delicia de berenjenas, y selva negra como postre recién cumplido. Así lo conoció el náufrago: mesa, tertulia, mantel y ricas viandas por testigos. Luego vino el café, en el mismo vientre de la “Cueva”, con todo su rito oscuro de catacumba, mientras en el rincón del fondo alguien ahorcaba de nuevo el seis doble. Y en ese artículo de Un día en Frailes, escribía el náufrago las siguientes palabras:
                 [Este Manolo Sereno tiene 83 años de vida y la alegría y agilidad de un adolescente. Es el autodidacta más sabio que he conocido; su inteligencia es práctica y manual, de artesanía mental, tan lejos de tanto academicismo titulado como, por ejemplo, yo mismo. Disfrutaba el hombre dejándome con la boca abierta: la mirada de las gallinas, el mecanismo de su almazara, la arquitectura de los columpios, su libro de lectura en la terraza… y esa hospitalidad que no necesita de adjetivos porque la sientes y se respira. Por las angostas y alpinas callejas, con el Suzuki verde botella, hasta el pináculo de Frailes, allí, en donde otras sensaciones felices nos aguardaban].


          Ahora -5 años después- cuando llega a la Goleta la muerte de Manolo, el náufrago ha querido recuperar un poema que le dedicó para un libro del que nada supo después… pero no lo encuentra. A veces los versos nos huyen y se rebelan. Será en el cementerio, cuando Manolo abone la tierra de los justos, cuando el náufrago despedirá a un hombre anónimo de vida fértil. Y le renovará las gracias por aquel día en Frailes que lo llenó de gozo y de misterio. Después fue lo del Pregón del Vino y muchos recuerdos más. Descanse en paz un hombre bueno, abierto, sencillo, oceánico … La inmortalidad es sólo eso: abonarse en la tierra para iniciar el eterno retorno de la vida.

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