lunes, 3 de diciembre de 2012

El faro de Rocadura


            Al igual que su colega, el de Alejandría, el faro de Rocadura le sirve al náufrago de lugar de encuentro con su propio yo, el más íntimo y desconocido, el más rebelde y el más salvaje … el más natural. En ese encuentro, el faro le da la paz y el sosiego para la meditación y el relato, pero sobre todo le da la luz. Una luz blanca e inocente que ilumina toda la Goleta, ese espacio imaginario en donde el náufrago recorre veredas y relojes, perfila caricaturas y sílabas, deduce pensamientos y metáforas, construye planetas y musarañas. El faro de Rocadura es la luz del náufrago, y con la luz la brújula “para que no pierda el norte”, como le dice la sirena. Salvo cuando aparece el tío Gafotas con ese bizquear de grajo sonámbulo que espanta la sonrisa. Entonces el faro apaga sus luminarias, la Goleta se adentra en el vacío y al náufrago se le cruzan los cables.
            Pero habitualmente el faro es un canto a la luz de las inteligencias y de las palomas, de los futuros y de los meandros, de las esperanzas y de las emociones, de los miedos y de los arroyos, de la vida en donde la duda da paso a la certeza para volver a la duda, como nos dejó dicho Unamuno en aquel poemilla:
            La vida es duda. Mientras viva, Señor, la duda dame;
            dame la vida en la vida y en la muerte, la muerte.
            Dame, Señor, la muerte con la vida.


Aquí, en este lugar a la intemperie, desprovisto de cadenas y maromas, a solas con la estatura vertical de su estampa, el náufrago combina las palabras para crear su camino y su viaje. De vez en cuando aparecen los distintos personajes de la Goleta: la sirena de fuego y de misterio, mitad mujer y mitad ángel marino, que reclama su pedestal y su trono; Paköma, el hombre machadiano, solidario y nómada; Alolive, munícipe de la ciudadanía, arrojado en el rojo de los lunes; y el almirante Nelson, pirata bueno llegado de las limpias riadas de Caparica.  
            Y también los lugares del Poyete, sitio de lumbre y palmeral, refugio matutino de la espera dichosa; el Rosalejo, oasis del frutal y de la dicha; y ese Mar de los fenicios, sendero de la historia y hospedaje de todos los naufragios que en el mundo han sido. Todos forman la isla imaginaria de la Goleta, a modo de nueva arcadia, como escondite de las palmas y de los pitos, de los inciensos y de las mirras, de los santos varones y de los grandes hijosdeputa.
            Todos ellos son nombres propios que dan a estas crónicas su cobijo y su pan, su conversación y su descanso. A todos los ilumina el faro de Rocadura, a todos les da su belleza y su serenidad, a todos la fecunda luz de la palabra. Menos cuando el tío Gafotas asoma.

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