viernes, 7 de diciembre de 2012

Vente p ´Alemania, Pepe

Puede prometer y promete que se tragó entera y verdadera la película Vente
a Alemania, Pepe. Lo jura por la madre que lo parió, que en paz descanse. Era
el Día de la Constitución constitucional constitutiva y la Paramount Chanel tuvo el
“volunto” de poner -en sesión de tarde- la singular muestra cinéfila, también llamada filmográfica de los tiempos del No-Do.
Hacía un día de perros y en la Goleta no se movía una mosca, así que el náufrago
le echó cojones, se puso en primera fila y se dispuso a disfrutar de la regalada tarde
de cine que la televisión le concedía.
Al principio se lo impuso como una apuesta personal para ver si era capaz de
Aguantar semejante engendro; luego vio que era bueno  aprovechar el “accidente” para
que le sirviera de un purgatorio que le redimiera mis múltiples pecados. Pero al final le
asaltó una duda: ¿habrían puesto la película para celebrar la efeméride de la Constitución.
No, no era una interpretación fuera de lugar ni lejos de la razón, ya que Vente a
Alemania, Pepe, no sólo resume lo peor de nuestro cine hispánico o español, sino que
retrata con sorprendente fidelidad esa España de la caspa y la gaseosa, aquella España
de la dictadura (la del milagro español y la de la reserva espiritual) en donde aparecen
todos los tópicos del  catetismo “nasioná”, sirviendo de ocasión para el chiste y la burla
una de las situaciones más injustas de aquellos tiempos: aquella emigración masiva
de maleta y de boina que nos dejó el landismo como herencia buena.  
Al náufrago le pareció que -efectivamente-  o la habían puesto como castigo o
Como enseñanza. Las dos opciones le venían bien a él: el documental de sus tiempos de
niño y la terapia para una tarde átona y desvaída. Se lo tomó tan en serio que hasta anotó algunas citas textuales que describían al homus ibéricus sementalis  (hombre español,
servicio permanente), la receta misógina del Angelino (jarabe de palo, eso es lo que las
aplaca), el ardor guerrero mujeril (ven con el chache, güenorra), la simbología identitaria
(soy españolito, o sea, soy un toro), el requiebro diferencial (un macho …y de Aragón),
la desigualdad como naturaleza (es que habéis nacido para pobres) … y así podríamos
seguir con el etcétera y etcétera.
La escena en la que devoran el chorizo y el jamón español, en contraste con la
pringosa sopa alemana es de una pedagogía que define la esencia del espíritu nacional.
Se van a Alemania a ganar dinero y resulta que allí comen muy mal. ¿Cuántos emigrantes
de los 50 se llevarían jamones y a fríos pabellones de Francfurt o Hannover?
Es evidente que la cosa no podía terminar nada más que con el sentimiento de
morriña (como en España en ningún sitio) y con el franquista cordón umbilical del  patriotero (la única tierra que queremos). Y el final tenía que ser como estaba mandado: el Alfredo
Landa empieza a lloriquear cuando oye la jota aragonesa y -efectivamente- se vuelve a su
tierra para seguir ordeñando las vacas, como siempre. Vuelve a casa tras el fracaso de la aventura emigratoria, mientras a D. Emilio Brunete se le saltan dos lagrimones como
puños … Pero él no podía volver, porque era republicano y más rojo que Botana.
Así que el náufrago piensa que no, que no fue mala tarde y, desde luego, no fue tarde desaprovechada. Retroceder a ese tiempo pasado del macho ibérico, de la mujer en la cocina,
del ímpetu güevero y de la huella del exilio era -sin duda- una manera didáctica de celebrar
la Constitución. Así que no, no fue mala tarde.
Ya puesto, intentó el náufrago buscarle tres pies al gato a esta historieta y para ello
se fue al faro de Rocadura, su lugar de meditación trascendental. Y allí se enteró de que
el telediario había dicho que son más de 40.000 jóvenes los que ya se han ido a Alemania.
Han cambiado la maleta de cartón por el título de ingeniero y la burda boina por el habla en
tres idiomas. La España rajoyana recobra la vieja “afición” emigratoria en este revival de vuelta a las andadas en la educación, en el trabajo y en los seguros sociales.
Hasta hace muy poco -todavía, incluso- se oyen gritos contra los emigrantes y aparecen demasiados gestos racistas. ¿Nos tratarán ahora los alemanes de la misma forma?
Como era el Día de la Constitución, el náufrago  se puso muy triste y ahogó su rabia.
  


 

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