jueves, 17 de octubre de 2013

La casa del coño

Conforme subes por la calle Real, antes General Mola, hacia los altos de la Mota, cuando la insuficiencia cardiaca te obliga a parar un rato, justo ahí -a la izquierda- te encontrarás con un bloque destartalado y en ruinas que, en otro tiempo, fue la referencia urbanística de Alcalá. El náufrago lo recuerda con el sabor añejo de todos los recuerdos perdidos. Construir un edificio de cinco plantas en aquella época, en aquella calle y en aquel entorno podía haber sido el monumento más representativo del disparate, pero entonces no había planes generales de urbanismo ni normas reguladoras de éticas y estéticas. En aquellos tiempos dictatoriales, las autoridades hacían lo que les salía de los “güevos”, sin proyectos, ni calidades, ni informes técnicos. Así nació la Casa del Coño. Le hubiera gustado al náufrago conocer al promotor del estropicio, ahora que tanto se miran las alturas, las calidades y las fachadas. Mayormente para ponerle el nombre de alguna calle o erigirle un monumento en alguna rotonda de la periferia alcalaína. ¡Qué tiempos aquellos en los que la corrupción no tenía eco ni altavoces! El pueblo, siempre tan creativo con el idioma, bautizó el mamotreto superlativo como “la casa del coño”, atendiendo con precisión y semántica a la expresión que todo hijo de vecino pronunciaba cuando, al pasar por su puerta, se quedaba sorprendido de su esbeltez circunfleja y exclamaba aquello de ¡coño, qué casa! Para el náufrago, sin duda, una de las creaciones más sugestivas del habla alcalaína. Debería de comentarse en todas las escuelas e institutos como ejemplo de lenguaje popular. Ahí la tenéis. Con su anagrama frontal, un cono dibujado con la diéresis, logotipo de “coño”, imagen plástica de un icono del hambre y de la miseria. Pero dicen que el promotor del bicho se ganó unos cuantos miles de miles de duros. Edificio plano y monoforme, abalconado aparentemente y dispuesto de ventanales que -en aquellos tiempos- serían la alegría de la calle, el puente visual con el exterior y la mansedumbre de los inquilinos que debían tener algunos “posibles” burgueses… porque todos no podían vivir en el Llanillo. Hasta dentistas, peritos y maestros ocuparon sus moradas. Ahora quiere lavarle la cara el ayuntamiento y desmontar su sobresaliente mole por aquello del alineamiento en altura. También es cierto que su vecindad ha bajado de relevancia social y en la actualidad alberga a “sin posibles”. Y son muchos los problemas humanos que se encierran intramuros y que habría que solucionar urgentemente. El náufrago no está de acuerdo con su demolición, sino muy al contrario. Debería de inscribirse en los distintos itinerarios turísticos (Caminos de Pasión, Ruta Califal del Milenio o la de Castillos y Batallas). Como está. Como habitat de una época en donde todo era oscuro, como patrimonio de la sordidez, como tradición urbana de lo que se llamó “milagro español”. El náufrago sólo aumentaría su reclamo turístico. Y para ello nada mejor que sustituirle el nombre de casa del coño por el de Chichi `s House.

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