lunes, 21 de octubre de 2013

Cocido Almunia

Cuando el náufrago envió a alta mar su escrito sobre “La garrota”, en plena feria de ganado, aludió a un cocido muy rico, que lo esperaba con esa concupiscencia ardiente que sólo existe en los deseos irrefrenables. Todos saben que un cocido es un guiso que se hace en una olla con agua, que se cuecen revueltos la magrura de carnes distintas con el amantecado tocino del cochino y la sobria verdura verdulera con la patata silenciosa … y los garbanzos. Muchas son sus variantes, desde el famoso cocido madrileño hasta el maragato, lebaniego, gallego, etc. Y el puchero andaluz que, en muchos casos, termina en la “pringá” cortijera. Pero ninguno como el cocido de almunia. Plato de invierno, plato de adietada dieta, plato de vuelcos, plato de servidumbre, plato de pobres (eso era antes). Ahora es manjar de dioses. Todo lo del cochino le viene bien, hasta los andares. Y las sobras en olla podrida o ropa vieja. Para chuparte los dedos con garbanzos, berzas y repollos. No se te olvide el hueso de jamón. Plato único, aunque el náufrago siempre repite un medio … para rellenar los incipientes michelines. Pero estando todos ricos, ya se ha dicho, ninguno como el cocido de almunia en ventura travesset. Para el náufrago es ago más que un plato de cocina y, aunque a él le gusta todo junto, asiste al ritual profano que, con una liturgia “cuasi espiritual”, separa las distintas tomas. Un primer plato de caldo separado para la sopa quasi terapéutica; un segundo de tropezones, el tocino mimoso y mimado con la col albina y la carne trémula y un tercero de garbanzos al trote con la acaramelada zanahoria en el gaznate. Acompañado con rabanillos y cebolleta … , aderezados con aceite de oliva de la Sierra Sur y vinagrillo…¡divino de la muerte! Llevaba el náufrago mucho tiempo sin comer puchero y, desde el poyete del faro de Rocadura, observó cómo la viandas cocideras entraban en la almunia granadina. “Me pondré de grana y oro”, se dijo. Y bien que se puso. Pero el cocido almunia -además- añade una huella, rastrea un suspiro, recrea un tiempo y transporta en cada garbanzo un piropo, un guiño y un requiebro. En aquellos años del hambre, el cocido de pobres resumía una dieta vacía o, como se diría ahora, de supervivencia negativa. Ahora, en estos años pasados del plácido bienestar, fue banquete señorial y festivo. ¿Volverá la crisis a ofrecernos un cocido de “garbanzos tostaos”?

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