viernes, 18 de mayo de 2012

Vestida de rojo

Llevaba el náufrago toda la tarde midiendo con sus ojos el sol de las palmeras,
cuando en la terraza de la isla apareció una niña con sabor a Claudia, vestida de
rojo. Desde su escondite, el náufrago medía todos los tiempos y todas las distancias,
todos los movimientos y todas las mareas que se acercaban a una playa almuniada.
El reloj le había dado un momento de tregua y él se lo había tomado con parsimonia.
Siempre la espera es un momento de misterio que hay que saber descifrar. Vestida
de rojo apareció la niña y, con ella, el ojo del náufrago empezó a brillar por
aquellos aires con sabor a menta.



Luego vino el lento pasear por los cerezos, el suspiro contenido de los parterres y la brisa
de la tarde despeinada.  Enfiló la Goleta hasta saciar su prisa … y no ocurrió nada. Nadie se asomaba a la terraza soleada a fuego, nadie parecía querer hacer un guiño, mostrar un saludo
o descifrar alguna risa … Nadie.
Desde el poyete, entre coches sedientos de sombraje, el náufrago miraba el gran reloj solar
de aquella tarde.  Eran las cinco ya, la hora del paseo con la madre rendida por los años,
cuando vio dos figuras silenciosas que -con paso suave y cariñoso- enfilaban la acera de palmeras.
Vestida de rojo la niña adormilada hacía soñar otra vez, incandescente, la triste huida del
tercer abuelo.

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