lunes, 8 de julio de 2013

El encuentro

Hacía 35 años que no se veían. Desde que hicieron la última aventura juntos: unas oposiciones a bachillerato. Entre copa y sardina asada recor­daron el quinquenio 71-76, aquellos años hirviendo en el sopor de las aulas de Puentezuelas, el primer escote de Pili, la ignorancia petulante del profesor X y el examen en Callao, en plena calle, por no sé qué de una bomba. Recordaron también la taberna-vieja de Plaza Nueva y el primer humo de los porros en el Campo del Príncipe. Recordaron cuándo y cómo se iban sin pagar del Marilyn  y las horas pasando a limpio los oscuros apuntes de Lingüística Románica. Recordaron la noche en el garito policial de la calle Duquesa. Cuando salieron las notas de la “encerrona” decidieron armar la fogarina -allí- en los madriles.  Una noche rabiosa. Fue la última vez, hacía ya 35 años.
La Goleta fue testigo mudo del encuentro, bajo la parra virgen del recién estrenado verano. Luz y fuego en el umbral de la cueva playera. El saludo tal y como así: pero-!hombre, Manolo!- ¿cómo tú por aquí? - !Kubalita,  qué alegría verte!- y ¿cuánto tiempo hace?
El encuentro fue eufórico y el abrazo supuestamente sincero. Manolo vestía un elegante traje marrón, como de butique, y llevaba una cartera portafolios de suave piel mate. Un guardaespaldas misterioso hacía también de chófer para su Audi8 de alta gama. Lo llamaron cien veces por el iphone en menos de media hora. Su porte distinguido en nada tenía que ver con las “fatigas” de aquellos años recordados.  
 -!Caramba, tío, qué pasón!, exclamó Kubalita.

Y se fueron al faro de Rocadura, frente al mar de los fenicios. Y de nuevo vinieron los recuerdos nuevos: las graciosas explicaciones del profesor de Geografía sobre los vientos "alizios", el día en que se presentaron  en la sede socialista del Camino de Ronda -sección 24- las primeras discusiones sobre el partido,  cuando Su Excelencia ya podría, las milicias de Montejaque y, !cómo no!, aquel talbot-hotel del descanso del guerrero.

Manolo le contó eso de un despacho reluciente, tres teléfonos en conexión directa, un montón de circulares en la mesa, la responsabilidad de la gestión autonómica, la entrevista cotidiana con el Consejero, las cenas de trabajo relajante y los whiskises de terapia representativa. Una agenda siempre llena de fechas y tachadura por asuntos de urgencia, esa red de nuevos conocidos, siempre en la foto de la política, tan “prisionera”…!Ay, el poder!...Tú sabes, Kubalita, que a mí las clases no me gustaban dema­siado; la monotonía, las incomprensiones, el anonimato... Sí, ¡es tan distinto!  Sevilla te enciende con sus primeros amarillos en ese cernudiano atardecer de la calle Betis. No como tú, que siempre has sido un gilipollas. [¿…?]
-Dicen que te vieron llorar –dijo Kubalita- cuando en el último cambio estuviste a punto de volver a la tiza y explicar a Larra; y dicen que te arrastrabas por los pasillos,  y hasta que se te fue el sueño durante cuatro noches enteras; y dicen también que le tirabas de la levita al kopón bendito ...
- !Qué cosas dices!, replicó Manolo. - ¡Qué cosas haces!, contestó Kubalita.
El náufrago lo vio cómo daba una palmada y el  chófer se cuadraba y le daba un cigarro. Pasaría por Ecija y se tomaría una yema en el Pirula, le dijo al náufrago.
Ya se lo había pronosticado aquel horóscopo: encuentro con un  viejo compañero que terminará como el rosario de la aurora.

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