lunes, 1 de octubre de 2012

Tras la tormenta

Dicen que después de una tormenta viene siempre la calma, pero yo no creo mucho en ello; ni mucho ni poco. Las lluvias llegaron, rebeldes y lacerantes, después de un largo tiempo de sequía en esta Andalucía nuestra. 250 litros en Málaga de una tacada casi. Aquí por estas tierras sureñas o días de mucho o vísperas de nada, o juan o juanillo, o te hartas o no lo pruebas … o conmigo o contra mí.
Pensaba el náufrago en estas minucias una vez instalado por unos días en la Goleta, a donde había vuelto precisamente a comprobar si las aguas torrenciales habrían o no presentado batalla en el acantilado de Rocadura, allí donde él tiene su mirador y su vigilia … como un faro que baña el mar de los fenicios y le ilumina en todos los días inaguantables.
La resaca asamblearia socialista del día anterior aún se podía notar por aquellas ojeras que le devolvió el espejo, cuando cansado de estar cansado, decidió hacer un breve mutis por el foro. Su conciencia le devolvía un discurso que hablaba de currículum hecho, de algunas servidumbres, de ideas como motores que mueven el mundo y de no sé qué de comulgar con ruedas de molino. Palabras que -estaba convencido- no servirían para nada. En esta España rota nunca sirvió para nada el pensar y el trabajar. Autoridad y poder, that `s the quetion. Pero ¿lo había dicho o sólo lo había soñado?

La Goleta estaba tal cual la había dejado, pues sólo una tromba de agua había convertido en fango algunas piedras de la montaña y lo ofrecía como nuevo sedimento de la solitaria y tibia playa del domingo. Es la erosión, esa que lima la geografía, el compromiso y la vida.
Comieron Victoria y él en el Mesón Antiguo una sopa de cebolla que estaba para chuparse los dedos, y una gallineta al horno, semitostada. Ahora la Goleta lucía su cara virginal desmaquillada, después de los últimos calores del agosto. Ni el almirante Nelson, ni Alolive, ni Pacoma asomaron por allí. Sólo la sirena y él, mirándose a los ojos, como dos tórtolos recién descubiertos.
Piensa el náufrago que vendrán tiempos malos para la épica y que ésta desbancará el malfario de la lírica. Definitivamente vivíamos un tiempo antipoético, pero la épica no lo tendrá mejor, porque se avecinan combates de ideas, de figurones y de jiji-jajá ¡qué güenos que zemos! Abstenerse cuando se pide votar con la fe del carbonero es ser libre, le cuchicheaba al oído un tal Pablo Iglesias.
Está  tranquilo el náufrago. Vencidos los sustantivos, ha llegado la mala hora de los adjetivos … y veremos a ver cómo termina. Mientras las olas le han traído un mapa alcalaíno en blanco y negro.   

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