viernes, 19 de octubre de 2012

Miedo al miedo

Dice JJ Millás que la vida sin miedo es inconcebible. Y se refiere al náufrago con estas palabras: “El náufrago que logra subir unos segundos a la superficie y tomar aire antes de hundirse nuevamente no es más feliz en el momento de tomar aire que en el de consumirlo”.
Me llamó la atención este párrafo de Millás, pero más aún la coincidencia de que, mientras yo lo leía, el austriaco Baumgartner había roto la gran barrera del sonido, tras dar un salto estratosférico desde 39 kilómetros de altura.
Me puse a divagar sobre el texto de Millás y el episodio de Baumgartner. ¡Qué coincidencia la coincidencia!, me repetía una y otra vez. Sospechaba que había gato encerrado en esta insistencia mía en buscarle los tres pies al gato (valga la redundancia), pero por mas vueltas que le daba no conseguía bucear una explicación que no fuera la simple y pura casualidad. A veces creo que la casualidad no existe, aunque tampoco creo en el destino. Somos los hombres sujetos de nuestra propia historia y nada tenemos que agradecer a eso que llaman la Providencia, porque … ¿tendremos también que agradecer a la Providencia los millones de desgracias injustas, por ejemplo; los millones de niños que pasan hambre, por ejemplo; las muertes violentas de todos los días, por ejemplo?


Frutos secos y un tazón de leche con galletas, o sea, la dieta de todas las noches.
Y en esto que -de pronto- el miedo me visita, puntual y seguro como siempre.  Peligro, miedo y temor componen una trinidad invencible, pero le da a la vida el valor suficiente para no querer perderla, como asegura Millás.
Y la escena del hombre lanzado al vacío de la estratosfera se me apareció de pronto como la única receta para vencer el miedo, aunque mejor sería hablar de “los miedos”, porque es el plural el que los concreta y nos los aproxima.
El náufrago de Millás consigue volar del suelo para tomar aire durante unos segundos -como Baumgartner- pero éstos se pasan tan pronto que no sabe cuándo es feliz. A mí me pasa lo contrario. Cuando alguna vez me hundo en las ciénagas de la Goleta, intento volar y volar, tomar un poco de aire y oxigenarme un poco, como un juan salvador gaviota cualquiera, pero el aire se me aleja a la velocidad del sonido y me viene el miedo más invencible: el miedo al miedo. Como una mano verde llena de pinchos que -de tanto pincharlo (valga otra vez la redundancia)- hiciera brincar a mi corazón a compás cambiado.
Debo ser un náufrago distinto al de Millás y, desde luego, no debo tener nada del pájaro Baumgartner.

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