lunes, 24 de septiembre de 2012

La Parapanda

          Cuando el náufrago deja la Goleta y el acantilado de Rocadura se duerme por un tiempo en la cuna de las olas, mecido por el agua, la isla recupera su virginal silueta y todo queda en un blanco silencio, teñido sólo por el vuelo de los cóndores. Es el tiempo del refugio en los cuarteles de invierno, allá por san Mateo, con el sabor del turrón recalentado y la tapa estrella de la feria, la brocheta socialista.
           Entonces el náufrago divisa toda la orografía alcalaína, frente a frente, como un documental siempre vivo y siempre nuevo -siempre íntimo- a pesar del gran ventanal que le descubre los alineados cerros sobre el horizonte azul o gris, a veces verde o celeste, otras marrón o plomo duro.
          Antonio López, un hombre de fuego y oro, conoce palmo a palmo las tímidas colinas,  porque fueron holladas por su paso lento y mimoso, como un pichón adormilado. Él da los nombres de aquella cordillera y el náufrago elige los adjetivos. Iniciado en los Cipreses, se sucede un paisaje de sucesivos momentos crepusculares: la lentitud suave del Camello, el trapecio solemne de Parapanda, el quebrado y frágil Juanil, las levemente dormidas Conejeras, la Dehesilla -almenarada y sinuosa-, junto a la vaguada y femenina Cañá del Membrillo, para rematar con el chulesco y encamado cerro de Roagüevos, ya lindando con la Mota …  Y al otro lado, la vieja Acamuña con sus canas relamidas.


            Este es el verde paisaje de los días, perfilado en un horizonte que dibuja el rayo en la tormenta, que describe el plomo denso de la nube, que proyecta la gran mancha amarilla del endiosado sol y que refleja los intensos fantasmas de las noches oscuras. Este es el paisaje que anuncia los distintos colores de los atardeceres, como un atlas de callados misterios.
        El náufrago se ha hecho su amigo y su confidente, su leal compañero, desde que todos los días, cuando no está en la Goleta, lo vigila desde el cuarto be número quince de la Europe Avenue.

Pero es la Parapanda, aislada y sola -también lejana- la que agranda su mirada y le calienta los motores, mientras se fuma un cigarro y escribe la 31 prosa de amor. Es entonces cuando el viento de la noche le trae el perfume sumergido en cada grano rojo de la granada.

1 comentario:

  1. Montes alcalaínos,de flora mediterranea ycultivo de Minerva, que desembocan en el cerrillo de los Caballeros, como si presagieran el Thanatos.

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