lunes, 23 de abril de 2012

Querido Libro

Te escribo desde la cueva de la isla de la Goleta, en donde he instalado mi hábitat de náufrago.
Destartalado el recinto, como las pastas empolvadas de tus páginas, como los tomos decorativos de tus
estantes burgueses, como la no lectura de tus letras. Todo es bohemia. Porque tú sabes, libro, que los
amigos más fieles del hombre duermen en los tópicos… El perro y el libro, a fuerza de hacerlos motivo
literario, se están convirtiendo en los grandes enemigos del hombre de hoy.
Hoy dicen que es tu día. Un tal Cervantes tuvo la culpa. Y por eso te escribo. Están haciendo
contigo subasta de almacenes en serie, lotes de fascículos y colorines, sabor a dividendos y percentiles.
Publicar es el verbo de hoy. Sabrás que tener un hijo hoy es relativamente fácil, plantar un árbol se va
normalizando como práctica ciudadana, pero escribir un libro ya entra en el fraude-torta-negocio de la
literatura. Así que la muerte cogerá a más de uno sin haber podido “realizarse” en las tres tareas exigidas,
al parecer, para justificar nuestro paso por la vida. Yo mismo, fíjate, he escrito algunos libros, no sé si te
habrás enterado, porque los libros tenéis una costumbre muy mala y es que no leéis nunca los periódicos
y eso tampoco está bien, hombre. Porque se te compra poco, no presumas; se te critica menos, como
siempre (¿quién inventaría la crítica?; se te lee casi nunca. Así que te sugiero, querido libro, que hagas
una huelga de letras caídas.

Querido libro, sabrás que se escriben en España 70.000 títulos al año y que, al mismo tiempo,
un tercio de la población española no te ha leído nunca ni una sola línea. Te he visto llorar en los muebles
del salón, tan bonico y decorativo, tan calladito y tan buena gente. Y te he visto reír a cántaros cada vez
que oyes a los políticos decir que eres un vehículo de cultura para los pueblos.
En este Día del Libro te veo algo pachucho, y por eso esta carta-disparate (también llamada misiva
o lítera), que yo espero que no sea más que una gripe pasajera. Te habrás percatado (¿te gusta el verbo?)
de que últimamente te subrayan y te pintan monigotes en los espacios en blanco, entre líneas. Y algunos,
más creativos e ingeniosos, te dedican en la 1ª algo así como ¡el que lo lea me la menea! Yo lo he visto.
Y es que te estás volviendo más rojillo que la madre que te parió. Libros los de antes, que hablaban
del orden, la moral y las cosas decentes, como aquellos Hemos visto al señor y España cañí. Por eso algunos
te llaman libelo, tomo, volumen… y hasta mamotreto.
Ya sé que no te fías de esa publicidad cultural que hacen a tu costa, ni del número de lectores que
se lanzan a tu rostro (como si fueras presumido), ni de los que dicen que te entienden, No te fíes tampoco de
esta carta disparatada. Me dijiste un día que te gustaría ser instrumento de hoguera, envoltorio de bocatas y
 recorte de tijera. ¿Has cambiado de idea?
                Sigue así, viejo libro, libro imbécil, sigue adornando paredes y cúbrete una vez más de polvo y telarañas…
Y no llores, ¡coño! Ya sabes que los libros no lloran, ni comen, ni se ríen, ni se mueren. Tu destino es ser tomo
verde haciendo juego con las cortinas. Pero aquí en la Goleta, en donde no hay ni salones ni muebles isabelinos,
ábrete de patas. El náufrago, con las alimañas y los cóndores, haremos de la isla un sitio para putearnos.
Viejo libro, libro imbécil, odioso libro…

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