miércoles, 25 de abril de 2012

!Putas en la calle, NO!

Llega al náufrago la noticia de que el Ayuntamiento de Barcelona ha aprobado una ordenanza
municipal por la que prohíbe la presencia de putas en las calles. Era el año 1985 cuando en Alcalá
ocurrió algo parecido. Resulta que a alguien se le ocurrió poner un puti-clú por el barrio de Condepols,
y un jueves santo, el Ayuntamiento alcalaíno cerró el chiringuito ante las protestas de las vecinas.
Entonces yo no era náufrago todavía, pero publiqué un  artículo en la revista Almenara con el título de
La bragueta nacional, que luego incluí en Meditaciones del ego (pág. 492).
Resulta tan actual que sorprende la vigencia de estos temas a pesar de los años transcurridos,
lo que indica que el pensamiento y la cultura siguen estando en pañales, pese a tanta apariencia
de modernidad.
Ir de putas siempre fue tarea de varonil textura y de macho cabrío. No te hacías hombre hasta que
no te ibas a la mili y hasta que no te catreabas con mujeres de la “mala vida”.  El náufrago confesaba y
confiesa que nunca ha ido de putas.
Las escandalizadas esposas se imaginaron las escenas, solapadas y pícaras, de variopintas señoritas
de buen ver y mejor tocar. El vecindario, salve y guarda de las morales patrias, puso el grito en el cielo ante
tamaño mogollón. Unas y otros provocaron un mitin-follón ante el temor de la competencia: maridos
deslocados, escándalo adolescente, propias y feudas en ocasión de, barrio latino en sementera... qué sé yo. 
En este católico país siempre se ha preferido el cierre de bragueta.
.


No, no era cuestión de moral. Que existieran esos “tálamos de lodo” no se veía mal del todo. Incluso
había quienes defendían entusiasmados la existen­cia de aquellos recreos de pernada y catre, pero... ¡ojo!, 
no frente a sus casas. Nadie atacaba la prostitución como un problema de conciencia social, sino que ésta
no se instalara en nuestro bloque. Nadie le hacía ascos a una vagina forastera, siempre que fuera a escondidas.
Lo que no se podía tolerar era la proximidad del laberinto.
            Queda dicho que era  Jueves Santo, día del amor fraterno. Alcalá había quedado inmaculada de
rameras, chulos y culibajos por oficio municipal... como ahora en Barcelona.  
El náufrago piensa que, en la dictadura, había una aristocracia follante y que la “quería” era signo
de distinción y alcurnia, pero ahora -con la democracia-  se había  llegado a la proletarización del pene-virgo
y, por tanto, follar había quedado como cosa de albañiles.
            ¡Putas en la calle, no!,  han dicho los catalanes  lascivos, pichineutros,  pajimanos y coñívoros. Y el Ayuntamiento de Barcelona se apresta a “limpiar” la ciudad. Han empezado con las putas, le seguirán los
perroflautas, luego los maricones, y así sucesivamente.  La crisis moral de la sociedad exige, lo mismo que
la crisis económica, arremeter contra los más débiles. Los cerdos son ellos.


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