miércoles, 20 de febrero de 2013

Cuaresma

El otro día, cuando las huellas de las chirigotas y comparsas aún estaban escondidas en algún rincón del teatro, tuvo lugar un relevo de disfraces: la careta carnavalera entregó el testigo al cucurucho cuaresmal, según manda el calendario litúrgico de la santa madre Iglesia.  La pasión de Eros cedía su canto a la compasión de Thanatos. La literatura del placer y de la vida dio paso a la de la pena y la de la muerte. Memento homo quia pulvis es et in pulvere reverteris. Es la manera de iniciar el imperio del valle de lágrimas que, iniciado con la ceniza del miércoles, se agranda hasta la verdadera Pascua del domingo de Resurrección, la fiesta del divino Paráclito que da entrada a Pentecostés.
No estaría mal -piensa el náufrago- que la religión se orientara más a la esperanza y a la alegría y menos a la angustia. Ya está bien de tanto tenebrismo barroco, pero no, cada vez se multiplican más los actos cuaresmales. Antes había un solo pregón de Semana Santa, organizado por la agrupación de Cofradías. Ahora, además, cada una pregona el suyo. Únase el evento de la presentación del cartel, el estreno de los nuevos uniformes, los distintos conciertos de cornetas, los sorteos de gallardetes, triduos, novenas y quinarios … todo un calendario ritual para recordarnos que “somos polvo y en polvo nos convertiremos”.
En la Goleta no hay cuaresma. Los penitentes, cucuruchos, cirios, cadenas, velones, escapularios, coronas, crespones, viacrucis y demás iconos del llanto y del crujir de dientes están prohibidos por un decreto del náufrago. La única ceremonia cuaresmal consiste en meter en las aguas de Rocadura al tío Gafotas y sacarlo convertido en el Ángel de la Guarda. El coro de murciélagos y la cueva negra se transforman en un coro de arcángeles y serafines que desde el Paraíso -entusiasmados- declaman aquel poema de José Hierro que dice:
Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo,
después de nada o después de todo
supe que todo no era más que nada.

Grito ¡todo! y el eco dice ¡nada!,
grito ¡nada! y el eco dice ¡todo!,
ahora sé que la nada lo era todo
y todo era ceniza de la nada.

No queda nada de lo que fue la nada,
era ilusión lo que creía todo,
y , en definitiva, era sólo la nada.

Qué más da que la nada fuera nada,
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.

Uno que se autoproclama intelectual del secano y del rastrillo alcalaíno, de la nueva ola, sí, de esos que pululan por los foros como el ágora de la cultura, resumió este poema como “un trabalenguas”. No me digan ustedes que no es para darle mil hostias y mandarlo al infierno cuaresmal con el castigo de que oiga durante toda la eternidad un concierto de cornetas.
El náufrago prefiere estos versos de José Hierro a la letanía del memento homo.
La batalla de don Carnal y doña Cuaresma se repite cada año con el mismo olor  a cera y a saeta rota. Y todos los días en la Goleta se canta la Coronación de Mozart antes que el kyrie eleison.

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