martes, 6 de noviembre de 2012

Poetas bohemios


Debió ocurrir en 1991, pues salió en Ideal un artículo mío (15-3-91) con el mismo asunto sobre la bohemia. Los claveles tienen en Portugal una carga revolucionaria, desde aquella revolución del 25 de abril de 1974, cuando echaron al dictador Salazar sin pegar ni un tiro. Por eso habían llegado unos poetas andaluces con unos claveles rojos para hablar de poesía. Lisboa -la ciudad rosa- los recibió en la Casa dos Vinhos, en lo alto del Barrio Alto, desde cuyo mirador puede gozarse todo el cromatismo decadente de la cercana Alfama. Saramago y Pilar los recibieron con hospitalidad y cariño y yo estaba allí como profesor del Instituto Español pero, sobre todo, como anfitrión de aquello que algunos llamaban “colonia española”, entre Estoril y Cascais.
El Largo da Trindade parecía casi un patio sevillano y no me di cuenta de que tal vez estaba asistiendo al último acto bohemio. Porque la bohemia se nos ha ido definitivamente. Como la intelectualidad. Como la ­ética. Como el Compromiso. Sólo me queda el quejío del náufrago vestido de malditismo.
Por supuesto que Pessoa también estaba allí, inquieto, disfrazado de sonámbulo. Y subía / bajaba  en el viejo tranvía de la rua de Lecrín. Recuerdo los nombres de Borrachero, Amador, Cenato …entre otros muchos. Poetas bohemios que andarán escondidos por ahí sin una foto, juego floral o diploma que echarse a la boca.
Pedir ahora un hueco para los poetas bohemios, en estos tiempos tan artificiales, sería pedir peras al olmo. Esos escritores y biografías desconocidos y alejados de todas las movidas, ajenos a cualquier lista de premiables, noticiables, vendibles, venerables … Que la torta literaria se la llevan entre unos pocos, allá en la rebotica de las editoriales, en donde parlotean los mercaderes de la pluma.


Probablemente ya no puedan existir poetas bohemios -piensa el náufrago- porque se ha perdido lo distinto, el trasnoche de la agenda, un mendrugo en las alforjas o un alfiler en el bolsillo. Contra la vida fofa, contra tanto éxito de papeles, contra tanta zancadilla, contra tanta gente guapa, contra tanto ba­remo … Se nos fue la bohemia un día de mal agüero y nos trajo el malfario de la crisis, de la prima de riesgo y el euríbor. ¡Que ya no nos pincha nada, oiga!
Por aquellos días, la Guerra del Golfo acababa de limpiar las calles de cadáveres y aquel fue el último canto bohemio para después de una guerra. Al náufrago se le va el santo al cielo recordando este tipo de cosas; entonces se sube al acantilado de Rocadura y sólo ve negrura en la negrura.

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