jueves, 2 de enero de 2014

Violines

Después de la gran petardada de la noche, regalo del vecindario como saludo al Añonuevo, amaneció un día gris en la Goleta. Uno de esos días en los que te sobra el cuerpo y el alma queda como prisionera de todos los aspavientos de Canal Sur. La puerta de esparto dejaba ver sólo algunos fogonazos leves de esa luz mortecina que envuelve los paisajes dormidos, después del ajetreo de la Nochevieja. Ni un alma por la calle.
El náufrago enchufó TVE-1 y puso a todo volumen el aparato para oír el tradicional Concierto de la Filarmónica de Viena. Los zorzales de agua, peces y culebrinas de la playa acudieron a los ventanales para asistir -como todos los años- a la gran cita musical de Barenboim. Sonaban los violines como pellizcos de cera en la piel de la sirena y el día mortecino se llenaba de notas y pentagramas que sustituían al rugido de los cañones de Verdun, en aquella matanza de la I Gran Guerra, hace ya un siglo. 
Son los violines -para el náufrago- los grandes señores de la orquesta. Sucede que siempre que los oye parece como si su cuerpo se aliviara de peso y subiera a las alturas, tal vez guiado por la brújula de sus arcos acrinados o atrapado por el imán de los mástiles que,  como flechas eróticas, apasionan con danubios azules el espíritu del hombre.
El náufrago vomitó la bufonada de los Morancos -en esa misma tele pública- y sólo unas horas antes. Debería de ser por aquello de ofrecer un programa variado para todos los gustos y evitar así eso que llaman cultura de la élite. La voz chillona de Omaíta y el afine de la barra armónica enfrentados como lenguaje. El diapasón tonal de los instrumentos contra el chirrido. Los cuentos de los bosques de Viena hermanados con el jijijí – jajajá. La danza de la Sala Dorada a la par con la bordería insultante de estos tipos. El capricho de la música a la luz de la luna con los chistes chabacanos del cateto. O la marcha egipcia haciendo pareja con el jozú mi arma. Claro que en Viena los escolares hacen cola para ir a los conciertos de música clásica, esa que sólo puede oírse en España en una sola emisora de radio.
Y es que, con la expresión “cultura elitista” se pretende descalificar a esa cultura del buen gusto, del arte, de la poesía, de la pintura y de la música clásica, como si hubiera que pedir perdón por tal atrevimiento. ¿Será esa la estrategia para la defensa de una cultura popular por ese ejército de analfabetos,  que confunden una rima con un ripio  o a un payaso con un bufón? Parece ser que mil millones de personas en el mundo fueron los destinatarios del Concierto de Añonuevo, tal vez porque la inmensa minoría prefiera oír la Fanfarria final de Strauss al estruendo de los Mojinos Escozíos.
Los violines de Viena le dijeron al náufrago que sí, que si la cultura elitista es usar bien el idioma, desear los buenos días, disfrutar de la lectura de un libro o pensar de vez en cuando, que habría que seguir defendiéndola contra viento y marea. Y eso es lo que va a seguir haciendo el náufrago. Por eso quiere saludar con violines al nuevo año. Así que … ¡Feliz 2014! 

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