martes, 28 de enero de 2014

Tomando el sol

Todos los días a la misma hora, desde el mismo sitio, con las mismas ganas. Todos los días para lo mismo. A las 11,30 de la mañana, un enjambre de adolescentes y adolescentas se sienta en el poyo del Paseo, sacan su bocata de mortadela (o de lo que sea), abren su fanta, mirinda o coca-cola y empiezan a mordisquear entre risas y bromas inocentes (o no). Desde el faro de Rocadura, el náufrago puede verlos y verlas joviales y jovialas,  alegres y alegras, con el descanso merecido probablemente tras el esfuerzo escolar de la mañana.

Son las doce. El poyo del Paseo queda sembrado de plásticos, latas y residuos de la mortadela (o de lo que sea). La papelera está a 4 metros, limpia y virgen, como recién lavada por el chirimiri del mediodía. Así de sencilla es la escena que, como queda dicho, se repite con la misma parsimonia y el mismo cansancio de cada día. 

Algo más arriba, en un banco del mismo parque, otro grupillo de adolescentes y adolescentas  se entretienen. Son siete (4 hembras y 3 hembros). Están todos tan apretados/as que los siete caben en un banco/a. Cada uno tiene en las manos (o en las manas) algo parecido a un galaxy sony o tal vez apple smart. Para entendernos los mayores, un teléfono de bolsillo o, dicho más corto, un móvil. No se hablan, ni se miran, ni se pegan pellizcos. Están ocupados, absortos, ausentes, impenetrables e impenetrablas. El náufrago pasa por delante y nadie se ha enterado, ni mirado, ni comentado nada. Mudez absoluta. Se saludan por el “guassas”, se mandan besos, re-envían chistes (y chistas), pero no se dicen ni una palabra. La pandilla está flotando por la “nube” virtual.
En el bar hay dos clientes que comentan el ajuste de plantilla de Coca Cola que con 900 millones de beneficios en el 2013 va a echar a la calle a 700 trabajadores. Reforma laboral, creadora de empleo. Un leve comentario, y punto. Pero llegan otros dos y sacan el “tema” de la condenado a un año de cárcel por el ya famoso robo de 4 € del cepillo de Consolación. Están de acuerdo. El náufrago no da crédito a lo que escucha. Poco a poco, los comentarios van describiendo una “teoría” sobre la inmigración que demuestra los “valores” sociales del personal. El náufrago se queda aquí, porque no quiere que le salga una página diabólica.
En la Goleta, ya de vuelta, la tarde le devuelve esa vida anónima del Paseo.

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