lunes, 25 de junio de 2012

Soy el novio de la muerte

Amanecía violeta por las lomas del Camello y el frescor de la mañana
anunciaba calores de castigo como preludio de lo que sería una noche
de San Juan con bruja quemada y repique de cornetas. Era el gran
día legionario, destinado a celebrar la gloría de Iván, un caballero herido
por la bala talibana. Mures ardía, rebelde entre sus campos, y proyectaba
una sombra de hojalata herida.
Desde el altiplano de la Goleta, el náufrago había ensayado el “soy el
novio de la muerte” en su versión de ritmo lento, como correspondía al solemne
ritual de la jornada. Mucha gente asombrada en la estrecha sombra de la
sombreada esquina.
           soy un novio de la muerte
             que va a unirse en lazo fuerte
             con tal leal compañera.
A pleno aire, ardientes, vigorosos, arropados al sol del mediodía,
80 caballeros formaban las escuadras. La espera era lenta, cansada, fugitiva …
mientras las altas cabezas y los fieles cabecillas firmaban no sé qué en las
letras de los libros. “Los tienen así para que se cabreen y luego canten con más coraje”,
le dijeron al náufrago. Pero no hubo himno, ni escopetas, ni desfile.
¿Cómo es posible un homenaje militar sin sus símbolos?, se preguntaba
el náufrago. Una misa de 7 curas, con un cristo, en un altar, a coro rociero,
repartiendo hostias consagradas. ¿Pero qué era aquello un acto legionario o
unos ejercicios espirituales?
Ni siquiera las arengas civiles y militares estuvieron a la altura del
patriotismo y el honor exigidos por la noble misión de los ejércitos, salve y
guarda de los destinos imperiales de todas las Españas.



Por ir a tu lado a verte
mi más leal compañera,
me hice novio de la muerte,
la estreché con lazo fuerte
y su amor fue mi ¡Bandera!
            El náufrago se fue “cabreao”, y le confesó muy entristecido a Alo@live:  
Vine aquí -gozosamente hinchado de ardores guerreros- a ser testigo de un
acto en donde el espíritu militar brillara con la inextinguible luz de las estrellas.
Estaba convencido de que -este gran día de Mures- marcaría un antes y un
después, un “dekojones” y hasta luego. Esperaba escribir una página histórica,
una crónica que emulara las grandes epopeyas de la Ilíada y la Odisea, de los
Nibelungos y el Ramayana…  Un nuevo Homero de las gestas guerreras que
cantara a los siglos venideros  la épica mureña … y me había encontrado con
un simulacro descafeinado.
Sólo al final, la voz rotunda y sonora de un mutilado puso los puntos
sobre las íes. “Nada de artículos ni palabras vacías, yo reivindico el espíritu legionario de nuestro
fundador, Millán Astray,  bravo y fiel centinela y guía del espíritu militar de nuestra raza”.
                Al náufrago se le iluminaron los ojos y una lágrima se le cayó en la arena.
Por fin alguien había puesto los cojones sobre el altar mayor, recuperando el viejo
honor perdido del “a mí la Legión”. También hubo otro momento cenital. Cuando
Iván arengó a sus compañeros invitándolos a follar. Momento cumbre que los 7
curas rieron a escondidas.
            El esperado día había resultado un fraude. Toda la noche en blanco para
esto, pensó el náufrago, mientras cautivo y desarmado se encerraba en la Goleta.
Y recordó aquella otra ocasión -en 1979- cuando la legión vino a Alcalá a desfilar
el “Día la Virgen”. Aquello sí fue sonado: coro marcial del novio de la muerte,
exhibición de pectorales y escapularios, paso marcial y rendición de armas, vítores
y vivas a punta pala, ciento ocho borracheras, dos kilos de porros y cuarenta polvos
molineros … pero esto, ¿qué legión es ésta que ni siquiera trajo la cabra?
Menos mal que no se puso su uniforme de alférez.



1 comentario:

  1. Reverte como reportero, Quevedo con su pluma y tu original estilo no faltaron en aquella mañana.

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