viernes, 8 de junio de 2012

El hombre cola



El náufrago estaba eufórico aquel día. Acostumbrado a ser el hombre-cola, creyó haberse liberado -por fin- de todos los tiempos perdidos en todas las colas de su vida: telecolas, aguantacolas, rabocolas, futbocolas, pepsi y cocacolas. Le dijeron que a la Goleta había llegado el cajero automático. Entusiasmado, pensó que se habían acabado ya las cola-das, cola-boraviones, cola-psos y cola-terales. No haga colas, decía la propaganda del teléfono, de la Renfe, de la Sevillana y del quiosco de la esquina. No más colas, domicilie sus pagos, muérdase la cola y tire la colilla a la basura, la administración contra las colas, ha muerto el deporte de la colaera, España ha dejado de estar en la cola, no pegue más con cola... Eslóganes como estos llenaron de pronto la desierta y oceánica isla de la Goleta.

El náufrago recordaba todas las largas colas de su vida: en el fútbol había diez taquillas y sólo vendían entradas en dos, igual que en la Renfe, y en el aeropuerto, y en la contribución urbana, y en la declaración de la renta, y en Mergansa, y en el supermercado, y en la churrería … Y no digamos en Industria, Educación y Hacienda. Siempre una cola se le había aparecido como un tren larguirucho, serpiente negra o lombriz suave. En la panadería, en la antesala del dentista, en la matricula de preescolar, en el estanco del vecino y en el báter de su casa (uno para ocho), y por eso había domiciliado los recibos de la luz y el teléfono, el cobro de quinielas y lotos, los pagos de basura, las multas impagables, las facturas diversas, los impresos, las instancias…




El náufrago estaba aquel día eufórico. Por fin iba a dejar de estar colado. De pronto lo liberaban de tantos pasitos y coladas a causa de ese nuevo dios de la informática. ¿Qué haría ahora con sus colas, sus timbres, sus pólizas, sus sellos, sus rúbricas y sus compulsas? Había llevado siempre una cartera con declaraciones juradas varias, certificaciones dobles, fotocopias del carné, recortes distintos del País, impresos múltiples de giros y partes médicos, permisos por asuntos propios y bajas de solicitada urgencia. Hasta tenía dos libros de familia numerosa, dos cartillas de ahorros, dos militancias políticas y dos chaquetas reversibles.

Aquel día eufórico el náufrago se disponía a disfrutar de la nueva era maquinista que le había propiciado un nuevo servicio. Cogió su automatic-card que -siempre pensando en usted- le ahorraría un nuevo tiempo. No se desanimó por el "fuera de servicio" que emitía la lucecilla roja del aparatito en su primer intento. Había más cajeros distribuidos por la geografía urbana. Iría al más próximo y "de camino" le serviría de terapia para su reúma. La maquinilla no admitía su tarjeta. Nada -se dijo don Colario- hay más. Operación errónea por no ser múltiplo de siete, le contestó la otra. Siga esperando, teclee un poco más, nos hemos quedado sin un duro, marque de nuevo el PN, la técnica también falla, el más próximo está... y así sucesivamente. Tuvo que entrar al BYTN para sacar 25 € que le hacían falta como el comer y se encontró con una cola interminable.

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