viernes, 11 de julio de 2014

Mafalda

Muy tarde llegó a la Goleta la noticia de que a Quino, el genial creador de Mafalda, le habían concedido el premio Príncipe de Asturias en la modalidad de Comunicación y Humanidades. El náufrago supo de Mafalda allá por los años 80 del pasado siglo, cuando una inmigrante argentina abrió una tasca con ese nombre en los alrededores de Gran Capitán, en Granada. Junto con la Tertulia de Tato, también argentino, fueron dos espacios progresistas y “revolucionarios”, mientras se cocía la Transición española. Las patatas bravas de Mafalda y los cubatas recitados de la Tertulia eran cita obligada de la progresía. Luego el náufrago se fue a Lisboa y, a la vuelta, la taberna había desparecido y la Tertulia había perdido su pedigrí.
La Mafalda de Quino era esa nena respondona e impertinente que ponía en solfa todo lo ordenado, permitido y considerado correcto. Era el sentido común y la lógica de la calle frente a la retórica de lo establecido. Por eso la suave ironía siempre; por eso la carcajada chabacana nunca; por eso el humor fino e inteligente tan contrario al chiste ruidoso de lo andaluz, mejor dicho, de lo “andalusilla”. Hace 50 años ya que Mafalda comenzó su periplo crítico y humorístico. Ya queda dicho: inteligencia, ironía, inconformismo, contestación y sensibilidad. Éste ha sido el fundamento del premio.
El náufrago compara las sentencias y máximas de Mafalda con los consejos actuales de eso que llaman “autoayuda” y, automáticamente, le sale una palabra: gilipollez. La didáctica de Mafalda, su pedagogía, está en cada sentencia que nos regala, desde lo cotidiano, para la calle, con humildad y respeto, sin esa severa formalidad de los asesores de la felicidad. La distinción entre lo urgente y lo importante, las célebres y ocurrentes disquisiciones entre el animal-animal y el animal-hombre, sobre lo vital y lo vivido, las relaciones entre modernidad y actualidad, el especial mimo por la mirada del niño, por el sentido de la bondad, por la necesidad de una virtud a secas, sin calificativos ni sectarismos…
El mundo de Mafalda es el mundo de la inocencia enfrentado a la picardía, de lo verdadero devorado por la falsedad, de la contradicción entre las buenas palabras y las malas conductas. A través del ojo infantil de Mafalda, su creador Quino, nos hace contemplar el mundo de los adultos, tan distinto y tan distante. Sé fiel a tus principios, nos dice la niña. Y entonces sobran todos los libros de ética y de lírica, incluido el libro de Píndaro.
 

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