jueves, 19 de diciembre de 2013

Toco tu boca

Probablemente el náufrago no haya leído un poema en prosa más bello que aquel fragmento que Julio Cortázar nos brinda en su Rayuela. Tanto que lo incluyó como “cuasi un prólogo” en su primer libro de poemas, Hominal presencia (pág. 53), y también figura pintado a cal en el muro de entrada a la Goleta. Cuando hay altamar, la espuma de las aguas lo enjabonan y lo refrescan y le devuelven todo un mundo de vivencias sensuales. Hoy lo ha vuelto a leer y ha decidido dejarlo escrito aquí para gozo y ternura de los lectores del náufrago. Como un regalo de Navidad que aconseja, junto al Sonetario 52.


“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera …
Hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, elegida  para dibujarla con mi mano en tu cara, y que coincide exactamente con la boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca, y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con el perfume de un silencio viejo.
Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo, mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos, el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible aliento, esa instantánea muerte es bella. Y  hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.    
                                                                                                                                              Julio Cortázar. Rayuela

Cuando la sirena llega a la Goleta y lo lee en silencio, mastica la densa espesura de su saliva en ese beso indefinible que describe el mapa de una boca enamorada. Entonces,  un coro de voces indomables se suma gozoso al homenaje. El náufrago cree que sobran los comentarios… porque “hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y él también tiembla como una luna en el agua”.     
Con el deseo de una Feliz Navidad para todos los que siguen al náufrago, este trozo de prosa poética -inmensa y oceánica- como tú, metálica paloma.

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