sábado, 2 de noviembre de 2013

Día de difuntos

            No se lo pensó dos veces, cogió la ruta de Otívar y se fue al cementerio de la Goleta. Era el día de difuntos y el náufrago aún no conocía el "campus mortuorum" de aquella isla que lo acogía de vez en cuando con toda la memoria que la naturaleza sabe dar a los hombres que, inocentes como él, habían sido olvidados en las cunetas, fosas comunes, paredones y campos de concentración. Era raro -muy raro- que aún no conociera el cementerio, sabida su afición por estos espacios en donde la vida adquiere todo su sentido.                  Siempre fue el náufrago un amante de los cementerios. Conoce muchos y en cada uno de ellos deja una rosa roja o un trozo de poema que -curiosamente- canta la vida, mientras se distrae con los nichos, lápidas y cruces sepulcrales. Porque al náufrago le encanta disfrutar de toda esa bisutería funeraria compuesta por flores de plástico, rips familiares, crucifijos de latón y caligrafía metálica. Se le van las horas pasando revista a cada una de las lápidas, sobre todo las que tienen fotos. En ellas está el resumen único de todos los difuntos, de todos, de los buenos y de los malos, de los generosos y de los hijosdelagranputa, de los héroes y de los villanos, de los mártires y de los traidores, de los que están en el cielo, en el limbo, en el infierno o en ninguna parte.
             Ya de vuelta, el náufrago oyó por la radio una curiosa noticia. En el cementerio de san José de Granada se había organizado un concierto de Bocquerini y de Mozart con el nombre de “música para el recuerdo”. Suponen bien, la reacción ha sido “mortífera”. Puede resumirse con lo que dijo una señora: “aquí al cementerio se viene a rezar y a llorar por el dolor de los muertos, no a escuchar música como si fuera un día de fiesta”. Piensa el náufrago que hay una cultura sobre la muerte que habría que cambiar, porque con ella cambiaría también la cultura de la vida. Pero para ello habría que suprimir todo ese ritual que empieza en un velatorio follonero, que sólo sirve como escaparate para que te vean, eliminar los responsos, hisopos y caretos del funeral -¡con lo bueno que era el “probetico”!- cuando en realidad era un cabronazo como la copa de un pino.Y habría que cambiar también la liturgia de estos días de difuntos, empezando por prohibir los kyrie eleisons y los crisantemos.Y dejarse de tanto memento homo y tanto dies irae. Menos calamitatis el miseriae y más gloria in excelsis. Pensaba el náufrago en estas cosas mientras se acercaba al cementerio de la Goleta un día como hoy, día de difuntos.
  “Me gusta un cementerio de muertos bien relleno!, escribía el poeta Zorrilla, aquel que salvó al vividor don Juan Tenorio en la macabra y misteriosa escena del camposanto. Pero el náufrago no está por esa labor.
           En la Goleta el día de difuntos se celebra con un gran baile. Sólo bailan los muertos quienes, alegres y llenos de vida, presumen delante de los vivos que, tristes y desesperados,lamentan no poder bailar porque ellos, los vivos, están muertos, mientras los que pasan por muertos son los únicos que viven. El náufrago está convencido de que sería bueno empezar a creer en la vida de los sepulcros.
           Un dato final. Alguien ha comentado que este fin de semana habrá unas 4.000 visitas al cementerio de Alcalá, uno de los cementerios más feos que el náufrago conoce. Sólo una sucesión de nichos adosados, impersonales y neutros, amontonados Ni un recuerdo de la vida, ni un símbolo, ni un monumento funerario de relieve. ¿Cómo puede ser tan feo el cementerio de Alcalá? Por eso lo tiene escrito: un puñado de cenizas en el Rincón de los Poetas, junto a los Versos de tierra. Y por supuesto, Mozart. Pero no su Réquiem, sino el Gloria de la Coronación

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