viernes, 2 de agosto de 2013

Fin de la cinta

Ya tenemos otra expresión gilipollesca para la Historia: “fin de la cita”. ¡Manda güevos, que tengamos que quedarnos con sólo esa anécdota para resumir la  miserable comparecencia de Rajoy en el tan esperado debate del “asunto Bárcenas”! El náufrago lo sabía, no porque sea muy listo, sino porque hace falta ser muy tonto para haber esperado otra cosa, ya saben, la “versión” del Presidente.
Por eso el náufrago desayunó en lo alto del faro de Rocadura, puso el transistor de los días inaguantables, un FXz7 vietnamita, y se dispuso a escuchar. Cuando don Rajoy empezó con “me equivoqué”, el náufrago ya sabía que no había nada que hacer. El primer fraude se había producido, la sustitución del verbo equivocarse por el de mentir.
No es lo mismo, claro. Se equivocó, qué pena, eso le pasa a cualquiera, es de humanos, lo reconozco. Y a partir de ahí, vaciedad total. Jamás una expectación tan grande había originado una explicación tan chica. Como en aquella fábula de Esopo: el parto de los montes.
Le extrañó al náufrago que ninguno de los grupos de la oposición cayera en semejante manipulación y no se lo echaran en cara, tan a huevo lo tenían: “No, señor Rajoy, no se equivocó … mintió. Mintió una y otra vez, de manera obscena, mezquina, continuada, indecente”. Fin de la cita.
Hasta los cangrejos del acantilado de la Goleta salieron aquella mañana a la playa para asistir a una puesta en escena que entra en los anales de la democracia como la más burda y cobarde confesión de un Jefe de Gobierno. Sólo el tío Gafotas aplaudía con su ejército de murciélagos peperianos, animado por el compás del titiritero, en una imagen que resumía toda la lenta letanía del rosario de la aurora que se había preparado don Rajoy.
Y fin de la cita…y fin de la cita …. y fin de la cita. Una nueva y retórica chorrada entraba en las páginas del idioma, sustituyendo -eso sí- al “te das cuen” del gran Chiquito de la Calzada.
Lo que nos vino a decir el Presidente es que los españoles de a pie somos tontos de remate, que estamos dispuestos a tragarnos carros y carretas y -sobre todo-que a él le suda la polla lo que pensemos. Desolación, páramo, vacío, angustia existencial … eso fue lo que dejó en la Goleta la dichosa mañanita.
Ya por la noche, empezaron los analistas a bla, bla, bla. El náufrago quería completar la siniestra jornada con el coro de plumíferos. Casi fue peor todavía. “Estadista, sincero, firme, honesto, humilde, ejemplar, convincente y solemne”, fin de la cita, fueron los adjetivos que le dedicó una periodista intereconómica.
El bocadillo de erizo de mar en su tinta se le atragantó al náufrago y a punto estuvo de tener que ir a urgencias. Fuera de Rocadura, la fiesta medieval engalanaba la Mota. Entonces el náufrago se leyó la Gaceta, el ABC y La Razón. Periodismo puro, imparcial y libre. Subrayó sus titulares, hizo un esquema del ardor guerrero que le producía, vibró como el enano de la venta y, dando un grito desesperado, exclamó: ¡!¡Rajoy, olé ahí tus güevos!!!”. Fin de la cita.
¿Os imagináis a toda España, a partir de hoy, terminando cualquier explicación, diálogo o viceversa con la muletilla “fin de la cita”?
Por eso el náufrago, que se las sabe todas, ha dicho: a mí no,  y ha introducido una variante distintiva: fin de la cinta.

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