viernes, 13 de junio de 2014

Dieta Goleta

En ese día de asueto y vagancia supina que el náufrago se concede de higos a brevas, llegó a la Goleta el viejo almirante Nelson (alias Faraldo), un tipo bohemio de la alfama lisboeta, el otrora fiel vigilante de aquella tarde en Carcavelos, cuando la tormenta arreciaba y nadie daba un duro por la tripulación. Sólo el náufrago estaba preparado para sobrevivir. Y así fue.
Nelson llegó el otro día, cansado y exhausto, como un peregrino jacobeo azotado por los vientos de ínsulas oceánicas. Desde su Gijón natal, oliendo a sidra añeja y a erizos fresquitos … como aquel día de lluvia, cuando tú -metálica paloma- te hiciste agua y sal de los cantábricos.

Y el náufrago ofreció al almirante óbolo y viandas -la dieta Goleta- como aquí se describe.


Abrióle la lata de sardinas en aceite de oliva virgen extra, como embajador del olivo de la Sierra Sur, echólas en plato níveo arisado de cerámica sanjuanera y aliñólas con dos pellizcos de hierbabuena y matalaúva. Todo en su salsa pesquera natural, según el ritual de los aborígenes. Un pimiento morrón escaldado con trocitos de yema de lechuga y ajo, mucho ajo, que añade sabor y olor vegetarianos. Este fue el primer plato: sardilata en su tinta.
Con cuchillo bipolar acerado, cortóle al melón dos mitades ecónomas, las pepitas al dextrógiro lado y la corteza -acombadamente verde- deslizóse al cubo de basura con un leve y tangencial capirote. Añadióle el náufrago unas gotas de peppermint-frapé (menta) y distribuyó por la morfología del plato un par de yogures naturales sin azúcar. El adorno platero fue fácil: unas cerezas de Eduardo Vela, sabiamente salpicadas, ponían pasión y gula en el necesitado digestivo de Nelson. Segundo plato de la dieta Goleta.
Saliéronse ambos al atrio del aposento y fumáronse varias pipadas de lavanda virgen, mientras hablaban de Lisboa, la ciudad rosa de Europa. Este fue el postre: el recuerdo del tiempo ido pero recobrado a través del encuentro. Porque todos los encuentros encierran un comienzo y una nueva oportunidad, tanto para el amor como para el odio, tanto para el beso como para la puñalada, tanto para lo bueno como para lo malo.
                   -No filosofes, dijo Nelson.
                     -No te vayas, dijo el náufrago.
El enano de la venta había ido a Granada para alquilar, con tiempo, el traje de pingüino para la coronación canónica, no la de Tu Majestad Felipe VI, sino la de la Virgen de las Mercedes. 
Era el día de san Antonio. Desde la plataforma pacífica de Rocadura, se lanzaron las salvas
de ordenanza. Y a la mañana siguiente, el mar devolvió a la playa 71 pétalos de rosas rojas.



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