martes, 21 de agosto de 2012

Verano 2012

Llegaron aquel día muchos mirones a la Goleta, cuando el calor de agosto encharcaba las pacificas rocas del Mare Nostrum. De vez en cuando ocurrían estas invasiones de humanoides en las frías aguas de Rocadura, ese acantilado vigía que el náufrago usaba de catalejo. En este verano 2012, en la isla sólo anidan ya algunas águilas babosas que,  en los días de tormenta, cuando el crujir eléctrico del rayo ilumina el lejano Helesponto, hacen círculos concéntricos en las pálidas aguas de la isla al amparo de la Gran Medusa.
 Entonces aparece el almirante Nelson, un viejo amigo de los tiempos de Lisboa, recordándole aquella Casa dos vinos, en donde empinaban codos con andaluces bohemios. El náufrago no sabe por qué se le ha venido aquel recuerdo tan lejano ya en este verano del 2012. Fueron días a cuerpo limpio y con más trapío que los de ahora, cuando leyeron versos con Saramago, justo cuando aquella Guerra del Golfo recogía sus cadáveres.
¿Volvería alguna vez aquella bohemia de calor de aire y lentitud de tiempo? Se nos han ido muchas cosas, le decía el náufrago a Nelson. La bohemia se nos fue. Como la intelectualidad. Como la ­ética. Como el compromiso. Como la lírica. Y sólo nos queda el malditismo, que diría algún bendito.
Allá arriba, cuando la luna riela en el mar y las gaviotas procrean entre las arenas, salen a veces de las sombras versos rimados con sabor a uvas, escritos a plumilla y siempre con una caligrafía gótica, como si vinieran de un tiempo muy lejano, arrastrados por el viento de los siglos, porque “quizás haya siempre un poeta en la raíz del mundo”.
Tiene la Goleta una cala secreta en donde el náufrago hace manitas con la aurora y- al amanecer- las gotas de esperma virgen aún tiritan en el azul negrifundo de la playa. “Negrifundo”, le gustaba aquella palabra que acababa de inventarse, negro profundo. La negritud de la cala probablemente sea el único rincón inocente que queda en este mundo amorosamente viejo, en este mundo de renglones torcidos. Porque piensa el náufrago que vivimos tiempos artificiales, arrimados a todas las movidas, consumidos por el consumo y violados por una economía de martillo.

Le llegaron al náufrago noticias de un tal Sánchez Gordillo y la verdad que aplaudió su gesto simbólico, como una llamada a la conciencia colectiva y a la rebeldía. Como llamada de atención y puñetazo en la mesa, muy bien. Como método, inútil. Como modelo, nunca.  Pero el náufrago no quiere hablar de cosas serias en su tiempo de vacaciones.
Sobre la Goleta blanca  y sobre la piedra pómez de Rocadura, a veces se posa la estatua del almirante Nelson y arañan al tiempo alguna hoja del calendario ido. Pero es la aurora, con su semen nuevo, quien saluda al náufrago en este verano del 2012 y le regala cada día el lento pájaro del tiempo. Con ella … que dulcísima viene a la Goleta.




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