sábado, 6 de abril de 2013

Página íntima

Subía por la Goleta una luna recién levan­tada de la cama. Una luna cenicienta y núbil que llenaba de grises la mañana lenta. Una luna de luz miope y con legañas. Una luna poco lunera… y el náufrago se levantó -como siempre-  con su panza de lumbre y de semillas.
Subía también una sombra recién dormida. Una sombra amarilla y prostituta -la del Titiritero- que llenaba de cardos y de rastrojos todas las huellas de la noche. Templanza en la ventana, palidez de cerámica en el vidrio de los espejos, la mirada introvertida en el fondo del café, coda y resu­men de aquel pueblo que todos los días le desnudaba. Los deseos mordidos con las últimas cerezas y en la mano el pecado... en el horizonte vigilia de Europa 15.
Unas horas más y vendría el disfraz de los relojes con su cham­pán aviñado en el ombligo.  Cada cierto tiempo el náufrago re­leía la ronda de los meses, cada uno con su cruz a cuestas, pero también con su redención cum­plida. Sencillamente, la vida se alargaba.
Comprobaba  que ha­bía siempre un verso para cada mes y cuatro estrofas para cada estación del año. ¡Cómo le gustaba escribir de vez en cuando alguna página íntima que le permitiera amanecer más deprisa, esperando el nuevo picor del pezón de la sirena!
El paisaje de la Andonera despuntaba  con el pudor de la nieve y el silbi­do del viento le anunciaba la mú­sica del tiempo. Sabía que al mismo tiempo que morían los años crecía la vida. Entonces escribió un soneto rafaelino sobre el tiempo.


Llega de nuevo la noche tarambana, entre mustia y gozosa, como un fuego que se nubla de pronto. Muerto el día, resucita la fiebre, siempre helada en su torre babel por los cortijos y amarrada por la piel al don de la escritura. Una página íntima. 

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