Hizo un
driblin en Capuchinos mientras hablaba la Sra. Cuesta sobre la fábula esópica en el Libro de Buen Amor y se encontró con el náufrago, que
desplegaba las alas del faro de Rocadura para asistir al IV Congreso sobre el
Arcipreste.
Mar adentro,
el náufrago había dejado una pesca de mariposas vírgenes que -desde el alba-
estaban apareciendo
entre las rocas. Las 6 p.m. serían cuando aquel hombrecillo se fundía en un
abrazo con el náufrago. Era Alberto : delgado como una mimbre del
Bacotón, coloradote a la manera de un rosado salmonete fresco, algo
“escuchimizao”, vacilante y débil como una hoja de otoño en la ventosa
Dehesilla, ágil de memoria y lento en sus andares, preciso en sus citas
textuales y remolón en los detalles … Alberto Blecua.
-
Hombre,
señor concejal, ¿sigues escribiendo? … Vamos a tomarnos una copilla.
-
No
bebo, pero con mucho gusto te acompaño.
Y así fue
como el náufrago pasó un rato con Blecua, catedrático de la Autónoma de Barcelona, a
quien el Congreso le dedicaba un merecido homenaje.
Fue un rato
excepcional. Blecua es un conversador inacabable e inabarcable. Cervantes,
Lope, fray Luis … Hablar con él es repasar la historia literaria de los siglos
de oro. El dato atractivo, la anécdota sorprendente, el apunte misterioso, el
erudito comentario lo hacen portador de una amena y enciclopédica sabiduría que
hilvana con las chupadas intermitentes al eterno cigarrillo
que amarillea
sus dedos. Alberto Blecua te pregunta pero no te deja contestar, te mira pero
no te ve, hace como que te oye pero termina por no escucharte. Habla y fuma,
gesticula y bebe, suspira y al mismo tiempo fuma y bebe, o tal vez bebe y fuma
aromando su monólogo compartido.
-¡Por
favor, otro whisky!
Han pasado
dos horas y el náufrago no ha abierto la boca. De pronto, Blecua fija en él sus
ojos,
saltones como
brótolas, y dice:
-
Ya
no hablo tanto como antes, me canso mucho. Anda, dime tú algo.
Fue entonces
cuando el náufrago vio la veda libre y se lanzó a hablar del momento que vive
la cultura en España. Habló de humanismo, de tolerancia, de compromiso … Blecua
escuchaba, ahora sí, con la atención insólita de un alumno principiante. Seguía
fumando y bebiendo, gesticulando y bebiendo, mirando a todos lados y bebiendo.
El náufrago
lo llevó a la cabina de Rocadura y le dio el Sonetario 52. Blecua lo abrió y se
encontró con el poema 34. Lo leyó en voz alta, tiritón y solemne. Cuando llegó
al primer terceto su voz se hizo sonoramente mimosa:
… Aquí y allí los dos, allí mi vida
// devorando de aquí, de allí prendido //
aquí te amo allí, aquí dolido.
-
Sigue
escribiendo, muchacho, por favor… no lo dejes.
Y el náufrago
pudo ver cómo se le escapaba una lágrima. Luego, se metió en Capuchinos para
oír cómo lo piropeaban.
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