Cuenta
Cortázar en uno de sus relatos -Las ménades- cómo los asistentes a un concierto estaban tan
entusiasmados por la genial interpretación de la orquesta que aplaudían a cada
instante y casi de continuo, hasta tal punto que el sonoro ruido de los
aplausos impedía escuchar el concierto. El ruido acallaba la melodía y el
acorde sinfónico era anulado por el griterío.
Cuando
el náufrago vio cómo aplaudían a Rubalcaba -todos en pie- los que antes le
habían dicho de todo, incluso perro judío, me acordé del aplauso de las
ménades, aquellas ninfas griegas que criaron a Dioniso (el dios del vino) y
que, embriagadas, eran poseídas por una “locura mística” que les impedía
razonar. Representaban el aplauso de lo irracional, lo catatónico y lo onírico.
Un síndrome patológico de agradecimiento sinsentido.
Pero
si a la escena esperpéntica del Congreso le aplicamos aquella máxima de Lope
de Vega que dice “si el culto no aplaude, malo; si el necio lo hace, peor”, y
sustituimos el culto por “los tuyos” y el necio por “los otros”, el episodio
supera todo tipo de surrealismo imaginable. Evidentemente, algunas veces el
aplauso no acarrea mérito sino su contrario.
El
náufrago siempre creyó que hay aplausos que desdicen mucho y huelen peor. ¿A
santo de qué el PP despide encendidamente la marcha de Rubalcaba? ¿Eran
aplausos de corral, de pitorreo, de perdonavidas?
En
la Goleta , a
veces, hay aplausos de protocolo, pura fórmula que nada significa, sólo una
cortés muestra de algo. También se da el aplauso encendido, casi siempre a la
sirena cuando asoma por Rocadura. Su palmeo entonces es intenso y rítmico,
lleno de esa sonoridad sonora de los hechos solemnes. Pero el aplauso del PP a
Rubalcaba no hay por donde cogerlo. Si aplaude por rutina, malo; si lo hace de
verdad, peor.
Ya
sé que ustedes pensarán que el náufrago exagera, pero lleva una semana sin
pegar ojo, queriendo darle un sentido al “ostentóreo” aplauso. ¿Aplaudieron a
Rubalcaba porque había hecho una oposición de derechas a un gobierno de derechas?
¿Celebraban acaso el que -¡menos mal, ya se iba!- y se libraban del político
camaleónico del Faisán y de Eta? ¿O tal vez
sentían de
verdad su marcha? Y si esto era así, ¿la sentían porque habían tenido un chollo
con él o porque temen que ahora les vaya peor con el que venga? Aparentemente
fue un aplauso de reconocimiento, pero… ¿fue verderamente así o fue mentirosamente
así?
El
aplauso de las ménades no sólo oculta la belleza de la partitura musical sino
que da protagonismo al ruido frente a la armonía. Cuando a un socialista lo
aplaude uno del PP puede deberse a dos motivos: porque lo hace de cachondeo y
el aplauso roza la humillación y el desprecio o porque lo ha hecho bien para el
PP, es decir, mal para el PSOE. El mismo Rubalcaba, más vivo que un ascua, lo
resumió en una frase llena de ingenio: “en España se entierra muy bien”. Como
en los velatorios, ¡hay que ver, probetico, con lo bueno que era… el hijoputa!
En
la Goleta sólo
el enano de la venta, más cipote que el cipote de Archidona, seguía aplaudiendo
el aplauso.
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