En ese día de asueto y vagancia supina que el náufrago se
concede de higos a brevas, llegó a la
Goleta el viejo almirante Nelson (alias Faraldo), un tipo
bohemio de la alfama lisboeta, el otrora fiel vigilante de aquella tarde en
Carcavelos, cuando la tormenta arreciaba y nadie daba un duro por la
tripulación. Sólo el náufrago estaba preparado para sobrevivir. Y así fue.
Nelson llegó el otro día, cansado y exhausto, como un
peregrino jacobeo azotado por los vientos de ínsulas oceánicas. Desde su Gijón
natal, oliendo a sidra añeja y a erizos fresquitos … como aquel día de lluvia,
cuando tú -metálica paloma- te hiciste agua y sal de los cantábricos.
Y el náufrago ofreció al almirante óbolo y viandas -la
dieta Goleta- como aquí se describe.
Abrióle la lata de sardinas en aceite de oliva virgen
extra, como embajador del olivo de la Sierra
Sur , echólas en plato níveo arisado de cerámica sanjuanera y
aliñólas con dos pellizcos de hierbabuena y matalaúva. Todo en su salsa
pesquera natural, según el ritual de los aborígenes. Un pimiento morrón
escaldado con trocitos de yema de lechuga y ajo, mucho ajo, que añade sabor y
olor vegetarianos. Este fue el primer plato: sardilata en su tinta.
Con cuchillo bipolar acerado, cortóle al melón dos
mitades ecónomas, las pepitas al dextrógiro lado y la corteza -acombadamente
verde- deslizóse al cubo de basura con un leve y tangencial capirote. Añadióle
el náufrago unas gotas de peppermint-frapé (menta) y distribuyó por la morfología
del plato un par de yogures naturales sin azúcar. El adorno platero fue fácil:
unas cerezas de Eduardo Vela, sabiamente salpicadas, ponían pasión y gula en el
necesitado digestivo de Nelson. Segundo plato de la dieta Goleta.
Saliéronse ambos al atrio del aposento y fumáronse varias
pipadas de lavanda virgen, mientras hablaban de Lisboa, la ciudad rosa de
Europa. Este fue el postre: el recuerdo del tiempo ido pero recobrado a través
del encuentro. Porque todos los encuentros encierran un comienzo y una nueva
oportunidad, tanto para el amor como para el odio, tanto para el beso como para
la puñalada, tanto para lo bueno como para lo malo.
-No
filosofes, dijo Nelson.
-No te
vayas, dijo el náufrago.
El enano de la venta había ido a Granada para alquilar,
con tiempo, el traje de pingüino para la coronación canónica, no la de Tu
Majestad Felipe VI, sino la de la
Virgen de las Mercedes.
Era el día de san Antonio. Desde la plataforma pacífica de Rocadura, se lanzaron las salvas
de ordenanza. Y a la mañana siguiente, el mar devolvió a la playa 71 pétalos de rosas rojas.
Era el día de san Antonio. Desde la plataforma pacífica de Rocadura, se lanzaron las salvas
de ordenanza. Y a la mañana siguiente, el mar devolvió a la playa 71 pétalos de rosas rojas.
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