Ha
sido tradicional adjudicar a las cosas la materia muerta, planteando el enigma
de cómo los átomos pueden ser origen de la vida. Un conjunto de propiedades
inorgánicas que sólo eran susceptibles de peso, tamaño y forma. Poco más.
Frente a esta no-vida aparecen las tres formas de vida ya clásicas: la
vegetativa, la animal y la humana, graduadas por orden de “calidad”. La vida
vegetativa, propia de las plantas, sería de baja calidad, ya que carecería de
sensaciones y sentires; de calidad intermedia la vida animal, ya sensitiva,
pero desprovista de la razón. Es la razón la que convierte la vida animal en
vida humana. Y hasta hay quien habla de una vida espiritual, aquella que
corteja al alma. Pero ésta última ya tiene que ir acompañada de la fe, de la
superstición o de la moral del Alcoyano.
Pero
…¿responde esto a una realidad real o tal vez es consecuencia de lo limitado de
nuestro entendimiento? Metafóricamente se habla de la risa del río o del
murmullo del viento; de la voz de las piedras, de la cal viva o de la canción
del agua. Por otra parte, conocemos los principios de la vida que los
presocráticos atribuían a cuatro elementos: aire, tierra, fuego y agua. ¿Materia
viva o muerta? Incluso en Alcalá habrá el próximo año un congreso internacional
sobre Sinestesia que, precisamente, planteará nuevos campos y experiencias en
el mundo sensorial.
Cuando
el náufrago está aburrido o quiere someterse a una u otra evaluación de sus
facultades mentales -como ejercicio y pasatiempo- le dar por derroteros
parecidos a éste. ¿Sentirán las piedras? ¿Será verdad que las flores hablan?
¿Conservará esa foto de niño la huella animada de la infancia? Y así se
entretiene el náufrago, cuando la soledad de la Goleta le invita al
insomnio o a la malafollez.
El
náufrago tiene una bata que conservará siempre mientras viva. Algo raída por el
tiempo, pasada de moda por supuesto y con alguna quemadura de cigarro, conserva
sin embargo -escondida y silenciosa- una historia y un relato, un aroma y una
huella, una biografía.
Un
día le preguntaron al náufrago por qué no se compraba una nueva y tiraba la
vieja y él dijo que no, que la bata también tiene una sentimentalidad. Y empezó
a dar explicaciones sin estar muy seguro de que se comprendían. Por eso vuelve
hoy al asunto. Y es que para él algunas cosas, no todas, son naturaleza viva,
testimonio heredado, espejo humano. Como, por ejemplo, su vieja y deshilvanada
bata de color gris marengo y rayas verticales. No tiene ni tendrá otra y ha
decidido morirse con ella. ¡Ojalá le pille la muerte con la bata puesta!
Naturalmente
que esto puede parecer absurdo, claro que sí. Pero las cosas, a veces, llegan a
formar parte de nosotros de tal manera que desprenderse de ellas puede ser una
mutilación tan grave y desgarrada como la de una pierna o la de un “güevo”. Un pincel descolorido, un libro roto o un
verso despistado encierran mucha vida y pueden resumir y recuperar un tiempo
ido. Porque siempre quedará el olor y el tacto de la bata en algún pliegue de
su tejido, de tal forma que -al combinarse sus átomos- puedan aparecer nuevas
fórmulas de vida.
Si
el inorgánico carbono ha sido capaz de crear la vida, y si el universo conocido
es fruto de un big-bang de materia inerte, ¿por qué negar la vida sensorial a
una bata, un bolígrafo o una sortija?
Este
absurdo aparente lo descifran muy bien los poetas. León Felipe llega a
identificarse con una piedra: “Así es mi
vida, piedra, como tú, canto que ruedas … “ Por eso el náufrago conserva su
bata desteñida y pasada de moda; porque le sirve de confidente mientras le
abriga; porque la pelusilla que encuentra le
devuelve otra pelusa; porque habla con ella y le responde con el más sonoro de
los silencios. Porque, en las noches de escalofrío y miedo, la toca suavemente
y siente cómo se reproducen las tibias caricias que conserva.
Y
en estas y otras cosas se entretiene el náufrago. Naturalmente que el enano de
la venta no entiende nada de esto.
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