Parecía asomarse la nevada nieve por la ventana en alto,
pero no era probable. No suele nevar en la Goleta en el mes de junio. Las playas tampoco
enjabonaban las aristas de Rocadura ni el pájaro Picón traía la hoja verde de
los días felices. No, el náufrago se dio cuenta de que no estaba en la isla.
Abrió los ojos después de una larga cabezada y pudo leer “Exit. Ryanair. Push
here. Eran nubes, entonces, aborregadas en las hélices del gran pájaro metálico
al que llaman “avión”.
Había soñado con la
Noche del Mejillón en la Grand Place de Brussells –allí-
en donde se cuecen los asuntos europeos, tan crudos ahora por todas las crisis
de la crisis.
Chocolate en Bruges, chocolate en Gante, chocolate en
Lovaina, chocolate en Amberes… Bélgica es chocolate europeo con chilaba.
Chocolate francófono, chocolate germano, chocolate flamenco … chocolate con
chocolate.
El guía Lucas llevó al náufrago por sitios y parajes de
exagerada limpieza y extensa seriedad. Husa President Hotel, lindando con el
“pequeño Manhhatan, un proyecto urbanístico de un lumbrera belga que terminó a
la manera española.
Ni un resto de Carlos I, tío. Ni de Felipe II. Ni una frase
en español que llevarse a la boca, ni una huella de aquellos Flandes de los
Austrias. Tabulam rasam.
Chocolate todo, negro y puro. Chocolate como “deliciosa
habla de la felicidad”.
Repasó el náufrago las notas de aquel extraordinario viaje
para recordarlas en la Gran Noche
del Mejillón, un programa radiofónico de la Universidad de Mayores
de Alcalá la Real ,
pero apenas tenía cuatro apuntes “al retortero”: el beaterio de Brujas, el rojo
de Rubens, el nudismo ciclista en el festival de música, el canto del grupo de
pulso y púa en Amberes y –sobre todo- el ¡Viva la Virgen de las Mercedes!,
que atronó las agujadas cúpulas preciosistas de la catedral de Brussels… ¿Y
Fabiola?, preguntó un despistado medio dormido.
El chocolate de Lovaina sabe a universidad vieja y a
disputas de valones y flamencos. Chocolate a cuadros, en tabletas, en barras
grandes, medianas y pequeñas. Chocolate en bolas, bolillas y bolones. Todo es
chocolate en Bélgica.
Pero el escorzo de las casas gremiales, los altos alfileres
de la piedra labrada, los escalonados dibujos de los frontales, la medida
exacta de la geometría … Todo este obsequio artístico –extático y estático- se
rompe cuando llegas al Museo Magritte. O sea, subper-sub-a-hiper-infra …
realismo. Aquí te encuentras con ese mundo inacabado, rebelde y alucinante de
la pintura que, de la mano de la poesía, crea una realidad onírica superpuesta,
sustitutoria y culminativa.
Y aunque toda Bélgica siga siendo chocolate, chocolate y
chocolate, Magritte te dice que “la liberté c´est la possibilité d´ étre, non
l´ obligation”. Otra manera de leer el Parlamento Europeo.
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