Celebró
el náufrago el Día de Andalucía oyendo a David Broza, un cantautor israelí que
ha puesto su música y su poesía al servicio de la paz. A punto de cumplir los
60, después de una juventud bohemia como vendedor ambulante de cuadros en el
Rastro madrileño, Broza es ahora uno de los grandes voceadores de la UNICEF , junto al jordano Hani Nasser.
La
otra alternativa era tragarse las 6 horas de la final de los carnavales
gaditanos. Así que soportó las chirigotas durante 4 horas (para que luego
digan) y las otras 2 restantes las dedicó a Broza. Al náufrago le encanta su
poesía urbana, desgarrada y denunciadora, que se mete en las raíces de la raíz,
como un lamento. Y esa voz suya, de metal oxidado, carrasqueña como la aceituna
rota. Por eso el náufrago ha elegido como poema insignia de su blog éste que
sigue:
“He marchado y he dejado en tierra todos mis problemas;
ahora voy navegando sólo con
el viento.
Él escucha mi lamento, no me
dice nada; sabe lo que siento.
He marchado y he dejado en
tierra todo lo que quiero.
Acostaré al sol,
recibiré a la luna y esperaré a que venga el viento
para que me lleve lejos.
Y tras
repetir varias veces -machaconamente- el estribillo, Broza nos avisa con un
verso indemostrable e indefinible:
“Pero no, no soy un valiente; enseguida
vuelvo”
Imposible
describir / relatar mejor la vida del náufrago. Recordemos cómo el Robinsón
Crusoe pasa 28 años en una isla tropical exótica y lejana, cerca del Orinoco,
después de haber sido rescatado por los piratas. Sólo él logra sobrevivir y
entonces, no antes, Daniel Defoe nos lo presenta como el emilio rusoniano, el hombre
perfecto que sigue la naturaleza y se contrapone al homo homini lupus. Robinsón refleja la bondad superlativa del
hombre ferino (mito salvaje) y pasa a ser uno de los grandes ideales del
romanticismo duro, del de verdad, ese que sólo creía en la paz de los sepulcros
y que hacía de la tempestad y las ruinas sus enclaves preferidos, tan distintos
a los amariconados paisajes de almendros en flor por donde revolotean pichones
amarillos y oscuras golondrinas.
Fue
una celebración andaluza atípica. Sólo un compás deshidratado de la guitarra de
Paco de Lucía anunciaba en la
Goleta un naufragio nuevo. Tete vino de Londres y le trajo a
la sirena una felicidad limpia y generosa, tal vez humedecida por las aguas del
Támesis.
Por
eso, cuando hoy se vaya de nuevo, un nuevo náufrago rondará por Hyde Park.
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