Después
de la gran petardada de la noche, regalo del vecindario como saludo al Añonuevo,
amaneció un día gris en la
Goleta. Uno de esos días en los que te sobra el cuerpo y el
alma queda como prisionera de todos los aspavientos de Canal Sur. La puerta de
esparto dejaba ver sólo algunos fogonazos leves de esa luz mortecina que
envuelve los paisajes dormidos, después del ajetreo de la Nochevieja. Ni un
alma por la calle.
El
náufrago enchufó TVE-1 y puso a todo volumen el aparato para
oír el tradicional Concierto de la Filarmónica de Viena. Los zorzales de agua, peces
y culebrinas de la playa acudieron a los ventanales para asistir -como todos
los años- a la gran cita musical de Barenboim. Sonaban los violines como
pellizcos de cera en la piel de la sirena y el día mortecino se llenaba de
notas y pentagramas que sustituían al rugido de los cañones de Verdun, en
aquella matanza de la I Gran
Guerra, hace ya un siglo.
Son
los violines -para el náufrago- los grandes señores de la orquesta. Sucede que
siempre que los oye parece como si su cuerpo se aliviara de peso y subiera a
las alturas, tal vez guiado por la brújula de sus arcos acrinados o atrapado
por el imán de los mástiles que, como
flechas eróticas, apasionan con danubios azules el espíritu del hombre.
El
náufrago vomitó la bufonada de los Morancos -en esa misma tele pública- y sólo
unas horas antes. Debería de ser por aquello de ofrecer un programa variado
para todos los gustos y evitar así eso que llaman cultura de la élite. La voz
chillona de Omaíta y el afine de la barra armónica enfrentados como lenguaje. El
diapasón tonal de los instrumentos contra el chirrido. Los cuentos de los
bosques de Viena hermanados con el jijijí – jajajá. La danza de la Sala Dorada a la par
con la bordería insultante de estos tipos. El capricho de la música a la luz de
la luna con los chistes chabacanos del cateto. O la marcha egipcia haciendo
pareja con el jozú mi arma. Claro que en Viena los escolares hacen cola para ir
a los conciertos de música clásica, esa que sólo puede oírse en España en una
sola emisora de radio.
Y
es que, con la expresión “cultura elitista” se pretende descalificar a esa
cultura del buen gusto, del arte, de la poesía, de la pintura y de la música
clásica, como si hubiera que pedir perdón por tal atrevimiento. ¿Será esa la
estrategia para la defensa de una cultura popular por ese ejército de
analfabetos, que confunden una rima con
un ripio o a un payaso con un bufón? Parece
ser que mil millones de personas en el mundo fueron los destinatarios del
Concierto de Añonuevo, tal vez porque la inmensa minoría prefiera oír la Fanfarria final de
Strauss al estruendo de los Mojinos Escozíos.
Los
violines de Viena le dijeron al náufrago que sí, que si la cultura elitista es
usar bien el idioma, desear los buenos días, disfrutar de la lectura de un
libro o pensar de vez en cuando, que habría que seguir defendiéndola contra
viento y marea. Y eso es lo que va a seguir haciendo el náufrago. Por eso
quiere saludar con violines al nuevo año. Así que … ¡Feliz 2014!
No hay comentarios:
Publicar un comentario