El náufrago quiere compartir sus dolores de cabeza con todos los que hacen de la escritura un misterio y del misterio una vida. Sólo pide la inocencia desnuda de todos los quixotes y esa búsqueda urgente de la razón social frente a la fe de los carboneros. El náufrago confía en que otros náufragos, o celestinas, o solitarios, o segismundos, o aventureros, o lazarillos, o robinsones, o tenorios, o puntos suspensivos … se unan con placer y complicidad a esta tarea.
miércoles, 21 de agosto de 2013
Las moscas
Llámase mosca a un insecto de la familia de los dípteros, que
se alimenta de mierda, zumbona incansable en el estío, también
llamado verano, que se contrae 700 veces por minuto, con un par
de uñas en cada pata (aunque no lo parezca), de frente abombada
y que producen saliva y tienen cojones de poner 150 huevos (pupas)
de un solo “coite”. Y eso que copulan al vuelo y de higos a brevas.
En todo el verano tienen unas 600 mosquillas, así que cuatro polvos
en todo el verano. Bueno, tampoco son tan pocos. Lo suyo es la
porquería más selecta, o sea, excrementos y basura. Y de postre,
si pueden, siempre azúcar.
Ésta sería una descripción morfológica que podemos encontrar en
cualquier libro de zoología animal, para distinguirlo de los de
zoología humana.
Pero las moscas son algo más. Son las reinas del verano. Omnipresentes,
molestas, cabreantes, tenaces, zumbonas y pegajosas, con una malafollá
a espuertas, aunque el mismísimo don Antonio (Machado) le dedicara un
poema lírico:
“Moscas del primer hastío / en el salón familiar,
las claras tardes de estío, / en que yo empecé a soñar”.
En la playa de Goleta Beach dominan las moscas pequeñas, las más
respingonas y aborrecibles y, aunque pueden hasta con los insecticidas
y son más listas que el hambre, no aguantan la paciente mala leche de
los humanos. Como la del náufrago. Por eso él termina siempre victorioso.
No se le escapa ni una, a pesar de su facilidad volandera, ya que el náufrago
ha conseguido perfeccionar su propia técnica mosquicida.
Él deja a la mosca que se harte de bailar y de dar por culo por brazos,
barriga y espinillas … hasta que el náufrago se mosquea y le sube la rabiosa
adrenalina.Ya no parará hasta verla de corpore in sepulto.
El náufrago sabe que, al intentar pillarlas, la mano produce un
movimiento de aire que le sirve de aviso a la mosca y claro, ella que no es
tonta, se larga antes. Pero como el náufrago es más listo que ella, porque es
un homo sapiens, dirige su mano a una cuarta de distancia… y ¡zas!, no falla.
El apéndice proboscídeo (la trompa) queda aplastado y, aunque segrega el pus
mosquetero, la mosca no muere. Entonces el náufrago le va quitando -lentamente-
primero las alas y después los salterios, anulando así las funciones de vuelo y equilibrio. La mosca queda diminuta y roma con solo sus pulvillos, una especie
de almohadillas adhesivas que va moviendo en agonía. El náufrago necesita
acompañarse de un ritual necrófilo, algo así como un ritual que aprendió de la
tribu sexitana. Así que, matadas una a una, las pone en hilera -como si fueran
en procesión- y remata la fórmula funeraria del requiescatin pace, diciendo:
“Ya no picaréis más, hijas de la gran puta!
Les parecerá a los lectores método sanguinario el mosquicidio, propio de humanos
sin sensibilidad ecológica o medioambiental, pero es que no hay ninguna especie
animal más irritante y porculera. Al náufrago lo sacan de quicio y en la Goleta Beach
algunos ya lo conocen como “matamoscas”. Buen oficio, tal vez, para cuando deje la Concejalía.
Tan es así que el otro día lo llamaron de un chiringuito para que terminara con las 7 moscas que había en la paella chupando los langostinos. Pero dijo que no, que
él no era capaz ni de matar una mosca. Y les recomendó que llamaran al tío Gafotas
con su ejército de murciélagos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Como siempre, tremendo! Un abrazo!
ResponderEliminarUn poco guarrillo el texto de hoy D. Rafael. He de confesarle -aunque nunca me atreví hasta ahora a reconocerlo y mucho menos a relatarlo- que también he practicado el asesinato mosquil. Así que también las moscas cojoneras me han tocado los idem. También comparto con usted la explicación etológica del mecanismo de huida de estos dipteros porculeros. Y de cómo, conociéndolo, podemos eliminarlas al ciento por ciento. Sin embargo mi estrategia es diferente. Verá usted, estos bichos llevan millones de años evitando los zarpajazos de las colas equinas que no consiguen más que espantarlas del culo del animal durante un breve instante. Efectivamente, reconocen el movimiento de algo que se les echa encima y la dirección de la que proviene el ataque por el movimiento del aire que previamente acontece al zarpajazo asesino que casi nunca consigue neutralizarlas. Observe a una porculera caminando descaradamente por el tapete de su mesa donde acaban de poner ese plato de arroz con bogavante que le va a costar como poco 50 pavos. Si usted con su cabreo contenido lanzara un veloz ataque, por la derecha o por la izquierda con su mano tratando de atraparla (no recuerdo ahora mismo si usted es diestro o zurdo) comprobaría que de nuevo la susodicha escapa para volver a cachondearse colocando sus seis contaminadas patas sobre su preciado bogavante. Pero ahora piense un poco hombre ¿Cuándo se han visto equinos de dos colas? Así que la próxima vez que una descarada de esas se pasee por su tapete, láncele un veloz ataque con ambas manos a la vez chocando ambas palmas. No fallará nunca. No están preparada para un ataque combinado. El inconveniente de todo ello no me haga transcribirlo ahora, lo dejaremos para otra ocasión. Buenas noches, D. Rafael, ha sido un placer.
ResponderEliminar