Ya tenemos otra expresión
gilipollesca para la Historia :
“fin de la cita”. ¡Manda güevos, que tengamos que quedarnos con sólo esa
anécdota para resumir la miserable
comparecencia de Rajoy en el tan esperado debate del “asunto Bárcenas”! El náufrago
lo sabía, no porque sea muy listo, sino porque hace falta ser muy tonto para
haber esperado otra cosa, ya saben, la “versión” del Presidente.
Por eso el náufrago desayunó
en lo alto del faro de Rocadura, puso el transistor de los días inaguantables,
un FXz7 vietnamita, y se dispuso a escuchar. Cuando don Rajoy empezó con “me
equivoqué”, el náufrago ya sabía que no había nada que hacer. El primer fraude
se había producido, la sustitución del verbo equivocarse por el de mentir.
No es lo mismo, claro. Se equivocó, qué pena, eso le pasa
a cualquiera, es de humanos, lo reconozco. Y a partir de ahí, vaciedad total.
Jamás una expectación tan grande había originado una explicación tan chica. Como en aquella fábula de Esopo: el parto de los montes.
Le extrañó al náufrago que ninguno
de los grupos de la oposición cayera en semejante manipulación y no se lo
echaran en cara, tan a huevo lo tenían: “No, señor Rajoy, no se equivocó …
mintió. Mintió una y otra vez, de manera obscena, mezquina, continuada,
indecente”. Fin de la cita.
Hasta los cangrejos del
acantilado de la Goleta
salieron aquella mañana a la playa para asistir a una puesta en escena que entra
en los anales de la democracia como la más burda y cobarde confesión de un Jefe
de Gobierno. Sólo el tío Gafotas aplaudía con su ejército de murciélagos
peperianos, animado por el compás del titiritero, en una imagen que resumía
toda la lenta letanía del rosario de la aurora que se había preparado don
Rajoy.
Y fin de la cita…y fin de la
cita …. y fin de la cita. Una nueva y retórica chorrada entraba en las páginas
del idioma, sustituyendo -eso sí- al “te das cuen” del gran Chiquito de la Calzada.
Lo que nos vino a decir el
Presidente es que los españoles de a pie somos tontos de remate, que estamos
dispuestos a tragarnos carros y carretas y -sobre todo-que a él le suda la
polla lo que pensemos. Desolación, páramo, vacío, angustia existencial … eso
fue lo que dejó en la Goleta
la dichosa mañanita.
Ya por la noche, empezaron los
analistas a bla, bla, bla. El náufrago quería completar la siniestra jornada
con el coro de plumíferos. Casi fue peor todavía. “Estadista, sincero, firme,
honesto, humilde, ejemplar, convincente y solemne”, fin de la cita, fueron los
adjetivos que le dedicó una periodista intereconómica.
El bocadillo de erizo de mar
en su tinta se le atragantó al náufrago y a punto estuvo de tener que ir a urgencias. Fuera de Rocadura, la fiesta
medieval engalanaba la Mota. Entonces
el náufrago se leyó la Gaceta, el ABC y La Razón. Periodismo puro, imparcial y libre. Subrayó sus titulares, hizo un esquema del ardor guerrero que le producía, vibró como
el enano de la venta y, dando un grito desesperado, exclamó: ¡!¡Rajoy, olé ahí
tus güevos!!!”. Fin de la cita.
¿Os imagináis a toda España, a partir de hoy, terminando cualquier explicación, diálogo o viceversa con la muletilla “fin de la cita”?
Por eso el náufrago, que se las sabe todas, ha dicho: a mí no, y ha introducido una variante
distintiva: fin de la cinta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario