La
muerte es blanca y duerme de costado. Vive entre
los
vivos, entre árboles frutales. Permanece
atenta
a las plegarias de los hombres que van
o
vuelven de los campos, discretos, silenciosos,
con
las cuentas rodándoles en los dedos gastados.
La
muerte oye llover sobre los vivos
y
oye llorar sobre
los muertos.
A través del microscopio del faro de Rocadura, el náufrago ha podido
empaparse de la tragedia ferroviaria gallega, ocurrida en el centro geográfico
y emocional de Santiago. Era el día del santo apóstol. Fue entonces cuando el
náufrago recordó estos versos de Manolo Jurado, un poeta sevillano que estudió
latines con él en aquellos tiempos definitivamente idos de la Safa de Úbeda.
Tiene el náufrago una
obsesión que le acuna y le despierta: morir sólo – solo. En pocas frases tiene
la tilde una importancia tan precisa como en ésta. Morir sólo, solamente morir,
la única obsesión del hombre, el único laberinto, la única factura. Morir solo,
o sea, sin compañía, aislado, como toda muerte. Porque nadie te acompañará en
ese acto de “inmensa soledad” que es la muerte. Aunque estés rodeado de
familiares, amigos y vecinos, tu muerte siempre es un acto de soledad.
Sólo morir tiene sentido,
porque desde que naces vives para ello, para morir. Morir solo sólo es tu
propia despedida. La gente está ahí, pero no es público, ni compañía, ni
solidaridad. La gente asiste a tu muerte desde su vida, es decir, desde otro
plano, bajo otro cielo, con otra perspectiva. Sólo tu muerte es para ti solo.
Da igual que la muerte nos
pise los talones por una neumonía, un navajazo o una maniobra de un tren mal
dirigido. La muerte es tuya exclusivamente y nadie puede afrentarla, domarla o
reducirla. Viene el rezo, la lágrima, ese luto del duelo, pero nadie acompañará
tu muerte.
Tú, que vives, cuando vas a
un cementerio a poner la rosa o das el pésame en el tanatorio o asistes
impotente a una tragedia colectiva, nunca acompañas al muerto, ya que éste sólo
puede estar solo. Solamente su muerte le perjudica, le beneficia, le controla y
le anima. Solamente su muerte será suya en exclusiva. Las muertes de los demás
sólo son su muerte sola.
A estas alturas del escrito,
llega a la Goleta un mensaje: ¿cómo estás? Y el náufrago contesta que normal,
escribiendo sobre la muerte como tragedia colectiva y como soledad. Como una última mudanza, dice el mensaje.
Muy bien, por tanto, todas
las muestras de solidaridad, entrega y duelo ante esa pena colectiva provocada
por el tren de Santiago. Muy bien, pero no confundamos la pena con la compañía,
ya que morir no admite acompañamiento, a no ser que el otro muriera contigo. La
pena sí, es siempre colectiva, como el rito o la liturgia de la tribu hacia los
que quedan vivos; pero la muerte sólo se queda con su muerte sola.
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¡Qué pesimismo, tío!
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No, querido lector, probablemente esta página sea
uno de los cantos más optimistas y gloriosos sobre la muerte. El náufrago lo
sabe y sólo aspira a que le llegue con los ojos de la sirena … porque, eso sí, está convencido de que toda muerte tiene una
mirada.
Para tu lamntatio, estos versos de la iglesia Mayor de la Mota:
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Deliciae meae iuventutis et ignis ...
MENTO MORI