Le preguntan al náufrago de vez
en cuando qué es la Goleta
y dónde está, pues según estas crónicas blogueras debe ser un espacio concreto
en un sitio concreto. Y no, no es así. Porque no se trata de un lugar físico ni
siempre el mismo, ni tampoco tiene geometría ni medidas. Digamos que es un
espacio imaginado pero real, aunque esa realidad no sea sensible. Sirve a veces
de guarida del alma y de infierno prematuro, también hace las veces de cielo y
de nirvana, de refugio solitario y solar de los deseos. La Goleta es el mundo del
náufrago con todas sus mentiras, sus obsesiones, sus cabreos y sus huellas
dactilares; pero es también el mundo de sus sueños, de sus despistes, de sus
crucigramas y de sus amores. Y de sus pensamientos, sobre todo.
Alguien
ha descrito la goleta como “la perla del mar, de velas timbradas por el viento
que, con
sus vergas y jarcias, crea versos inefables”.
Y añade: “un prodigio, sin más sonido que la voz del mar y el aliento del soplo
sobre la arboladura”.
Esa es la
Goleta del náufrago: ese lugar interior en donde se encuentra
el puerto y el velero. El puerto como destino de llegada para la muerte y el
barco como viaje. Y es en ese encuentro -camino y fonda- donde tiene lugar esa
aventura de la que el náufrago disfruta -o sufre- cuando, desde el faro de
Rocadura, recrea cada día su vida, detenido el tiempo y encerrado en el mundo
de sus ideas y de sus emociones. A veces son la serenidad y la armonía, otras
el miedo y los temblores, pero siempre la voz del náufrago despidiendo la vida.
Y de ella salen todos los escritos: deformes y brillantes, de
humor y de desgana, críticos y gozosos, aburridos, filosóficos, papeleros,
sosos y calentones … La Goleta
está en el alma del náufrago, a modo de conciencia, pero también a modo de
memoria y de redención. Como un limbo que le recuerda todos sus pecados. Disfrazada
de almunias, poyetes, mares de fenicios y acamuñas por donde aparecen de vez en
cuando pequeños monstruitos, como el tío Gafotas o el Titiritero. Pero también
es el espacio deseado para disfrutar de la belleza de la sirena.
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