Lleva el náufrago 10 días
encerrado “en sus adentros”. Ha bajado las persianas vegetales y ha entrado la
sombra de la frescura en el altozano de la Goleta , allí en donde el faro de Rocadura se le
muestra desafiante y cabrón. Pero ha aprovechado que el enano de la venta está
desganado y ha querido someterse a una especie de ejercicios espirituales al
estilo ignaciano, el primer jesuita.
Ni la cansina campaña
electoral ni el calendario festivo de las aldeas comarcales han conseguido distraerlo.
Más aún, ha querido aprovecharlos para su meditación. Sólo el sábado, el día
que el Barça perdió la liga, se acercó a las Grajeras y tuvo suerte: se comió
un arroz muy sabroso, tanto que parecía un arroz victoriano.
Ordenando libros, canciones y
recuerdos, el náufrago se ha encontrado con catilinarias latinas, crestomatías
árabes y textos comentados. Incluso ha ojeado los viejos sonetos de un tal
Güilian Shespi. Su vida estudiantil y toda su profesión enjauladas en libros,
apuntes y cedés. Y los ha tirado todos. Ha sido una escabechina que le ha
desgarrado el alma pero –como en la metáfora de la madera de san Juan de la Cruz- lo ha purificado. Por
eso, cuando se dirigía al Punto Limpio de la isla para deshacerse de pastas,
carcasas, plásticos y cuadernillos, notó que su alma se elevaba, ascéticamente,
al punto cero de su vida. La última página que deshojó le dijo que “ya está
bien, que hasta aquí llegó la marea”.
Este mensaje leído lo ha sumido
en una profunda meditación que lo encubre y lo descubre, lo pena y lo apena, lo
divierte y lo convierte. La sombra de san Millán, allá en el monasterio en
donde nació el castellano, el canto gregoriano en el silencio silense, el
beatus ille de la vida retirada, el guirigay melódico de gorriones bajo los
cipreses, la sustitución de la escritura por la oración, el dulce lamento del
tempus fugit y del ubi sunt … Meditando.
Probablememte el náufrago esté
dando sus últimos coletazos y, satisfecha ya su querencia a la poesía, se
dedique preferentemente a redactar ese Diario del Concejal como compromiso
último. Eso sí, con el amor entero.
En esto estaba el náufrago
cuando escuchó la heróica entrevista de Jordi Évole a José Mújica, Presidente
de Uruguay. Y se quedó de piedra.
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