El día amaneció -lento y cansino- enfundado en la brisa mañanera de un frío masticable y entre el juego escondido de un sol “amarillino” que, tímidamente, intentaba arrinconar la tormentosa nube. El viento presumía de acudir a la cita sin haber sido invitado, pero así lo dispusieron los horóscopos climáticos. La tostada del Rano, verdeoliva, alentaba el aliento de las primeras horas. Alolive cabal, siempre en la brecha, deshojaba los últimos apuntes para la festiva jornada, mientras que doña Paqui, su mujer, de belleza serena -como diosa- escuchaba la lluvia presentida. Y a la izquierda Paköma, con su impaciencia a cuestas, invocando a los dioses del Olimpo.
Venido de la Goleta expresamente para la ocasión, el náufrago estaba allí, esperando el día del ágape que se anunciaba. Era una reunión campera en los vastos dominios de Pepín, preñada en campoameno y apestiñada en los postres, como dulce metáfora de amistad y de buen rollo. Por algo "ágape" significa comida fraternal de carácter religioso entre los primeros cristianos y, posteriormente, pasa a ser el convivium (banquete) de una celebración entre amigos.
Paköma -vir bonus dicendi peritus- quiso despedir su vida transcurrida en las viejas pizarras del Onceno y agradecer el aplauso coral de su Congreso. Un día de gala, es decir, de colores: añil en los caminos del viaje, blanquiazul en las huellas de los ojos, violeta en las edades de los dedos, verdirrosa en los rostros de la risa, grismarrón en los poros del paisaje, negro-negro en las canas de la historia, lila-ocre-marengo en las murallas de esa Mota postal para el recuerdo. El color del color -siempre arcoiris- cubriendo las palabras y venciendo los relojes entre tapas y vinos campoamenos.
La herediana gorra y la pluma, por fin aparecidas, la suave suavidad de ese ponche fresero, tan fresquito y escaso, un jamón cuasi ibérico de rico, la íntima estrechez de los 70 comensales, el vaivén continuo para resfriar el frío del enfriado porche de una tarde de mayo y el duro trajinar de la cocina… Todo un aplauso para el ilustre Paköma, al sabroso compás de la secretaria mureña custodiada en las manos del Custodio.
Amigos del “botellón”, voces de los Lunes Rojos, coleguillas del Congreso, mouriñistas y culés, cofrades procesionales, socialistas de bravura -de aquí y de allí, desde el mundo- brindaron con brut nature a la salud del Paköma. Risas, discursos, regalos, una mirinda, otra copa … hasta seguiriyas hubo al atardecer la noche. La tertulía discurría por bellezas interiores y juventudes de espíritu y un salchichón chimenero despedía la despedida… No hubo nervios, ya el Granada ganaba por 3-0.
Quede escrito que se echó en falta el solemne momento musical del tenor Antoñovsky Lopevich, venido expresamente de la estepa rusa, la de los “mantecaos”. Y déjese escrito también que queda pendiente la entrega de los diplomas de Intendentes Máximos de la Sierra Sur (South Mountain Intendency ´s Maxim) al matrimonio PaquiAntonio. El náufrago estuvo allí y así lo ha contado para las páginas de la historia alcalaína.
Dei Semper te Ament! o dicho de otro modo más a lo roman paladino ( por lo de paladar, no por su origen y transfomado) Viva la madre que te parió.
ResponderEliminar