Amanece. La luz. Se mueve el día.
Subeybaja. Azul. Llega la gente.
Verduras de la huerta, cachivaches, colonias desaguadas, letanías de roncos pregoneros, puestos de manzanas, zapateros de zapatos, braguitas a dos euros, mieles de miel, los chunguitos gritando en el ferial, frutos secos secados, vaqueros deslucidos, cuchillos de faquires, duendes y duendas morenos y morenas mirando el periplano de los expropiados Tajos. Y la Mota allí, en las alturas, luciendo su cara nueva.
Llega el náufrago enfundado en su traje marrón, con parsimonia, como un gitano legítimo, mirando a troche y moche para comprar la ración de calcetines. 85 % de algodón y 15 de fibra-fibra, 6 pares por 3 €, de poner y tirar. Siempre la misma compra. Parece un don Guido venido a menos, un penitente sin capirucho, una mantilla sin peineta. Y así entra por el ferial alcalaíno, con empaque y aplomo, echando humo por sus entretelas. La gente bulle, trajina y regodea … como en un día de procesión sin santo.
El náufrago piensa que los mercaíllos son las ágoras del populacho, tomada esta palabra en su sentido más inocente y virginal. No como parte ínfima de la plebe, sino como multitud en revuelta y desorden, según distingue bien el DRAE. El pueblo como vulgo, es decir, como gente común y popular, opuesto a la élite y a la aristocracia, al señorío. También como espacio comercial público, al aire libre, campo sin puertas ni candados, un zoco proletario en el traqueteo de la mañana.
El mercaíllo es el templo de una liturgia comercial que marcó su frontera mucho antes de la crisis económica y que ha pasado a ser la gran cita semanal del encuentro, la baratura y el “posyaque”. No hay lugar más democrático que un mercaíllo, ahora que las instituciones políticas se tiñen de basura. Pasear entre sus gentes es tomarle el pulso a la calle, estrujar los sudores cotidianos, cogerle el truco a la mañana y ponerse la vida por montera, hasta tal punto que debería ser obligatorio acudir a él todos los martes, darse una vuelta por el enjambre y respirar el tufillo de cada puesto con el mismo interés y la misma devoción que cuando vamos a misa o asistimos a la procesión del Gallardete.
Porque el mercaíllo es el gran escaparate de la vida anónima, el reflejo exacto de la igualdad social y la receta medicinal que equilibra todos los privilegios. Y un triunfo indiscutible del feminismo ya que -para muchas de ellas- es la única salida para la diversión profana como alternativa a la novena o al funeral del vecino.
El martes que llueve Alcalá se apaga …
del foro romano al foro hispano, un gran paso para las gentes del Imperio.SPQR.
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