Por si hubiera ya pocas fiestas de ultratumba, nos llega importada de los yanquis la del jalogüin (Halloween). Es difícil encontrar alguna gilipollez más grande en el mapa festivo de las Españas. Se fue colando … y colando … y colando, como el masticar del chicle o el lameteo de la salchicha con ketchup, esas costumbres USA tan originales y tan productivas. Sorprende que los tradicionalistas hispanos, tan amantes de conservar la silla verde del atrio románico tal como estaba, hayan abrazado el jalogüin que -dentro de poco- habrá sustituido a nuestra rica y literaria fiesta de los difuntos, o sea, el día de lo muertos. La hispana y donjuanesca figura del tenorio eliminada por el chascarrillo del vacío de ultratumba.
Porque dedicar a nuestros muertos esa flor roja de la vida, aquella oración íntima de la pena o el beso presentido del deseo nada tiene que ver con esta absurda fiesta de las brujas, fantasmas y caretas. Y aquí están, dando por culo los niños, jugando a los monstruitos. No, no hay en el calendario festivo fiesta más absurda que el “jalogüin”, dicho sea al menos en español.
Disfraces de terror, maquillajes catatónicos, calaveras de calabaza, fantasmones de arropía, ánimas malditas … componen esta bisuteria en otro tiempo purificadora. !Mandan "güevos"!