Amaneció 70, como una cifra di-digital, enmascarada en la
costra del escarabajo de Kafka. Metamorfosis, pensó el náufrago, cuando se miró
al espejo cóncavo que le devolvía el pesado sueño de la noche. La ducha le
había clareado las dos arrugas nuevas en el arco circunflejo de la retina, allá
donde dicen que hay 70 colores para cada realidad vivida y 70 deseos para cada
uno de los 70 sueños rotos.
No se atrevió a subirse al faro de Rocadura, en donde había
anotado el número 70 como señal de S.O.S. Por eso el náufrago temía
encontrárselo de cara y por eso le escupió al espejo, mientras se desangraba su
sonrisa y aparecía un responso de palomas en la entrada a la Goleta. Entonces dibujó con el gel de los domingos un corazón lleno de sangre virgen, pero el hijoputa del
espejo le devolvió un corazón con fibrilación auricular y un electro con 70
rayas en sierra descendente. Las contó una a una y se dio cuenta de que la línea
70 pestañeaba cada vez que tosía en posición de cúbito supino.
La tostada de aceite le calentó el ombligo hasta 70 veces
siete y se fumó el primer cigarro de la nueva década, pensando en lo importante
que era seguirse llamando Ernesto, como ya dijera Óscar Wilde antes de escribir
el De profundis 70. Era el primer día de los desayunos al aire libre, según
está escrito en las ordenanzas veraniegas de las terrazas. El náufrago se dio
cuenta de que lo saludaban 70 personas con 70 saludos distintos, mientras
deshojaba la 70 margarita del periódico. No podía leer.
Dicen los cuentos de las leyendas que el 70 es un número
catatónico que tiene la propiedad de hacer lo frío caliente y lo pesado flaco.
Por eso es un número irreal y mentiroso, mejor dicho, una cifra, porque un
número no es, ya que son dos número (el 7 y el 0) y a él no se la van a dar con queso.
Hubo un momento en el que al náufrago se le enturbió la mirada en diagonal y
entonces notó que el café que se estaba tomando cambiaba de color con la misma rapidez que algunos cambiaban de chaqueta. Y le entraron unas ganas enormes de llorar hasta llenar el vaso de las 70
lágrimas. Fue entonces, justamente entonces, cuando recibió un
whatsaap escrito con letra plateada en donde lucía un 70 brillante y atractivo. Se
levantó erguido, como una vara de olivo viejo,
se dirigió al Faro de Rocadura ... y empezó a recitar:
“Mouchos, coruxas, sapos e bruxas, //
demos, trasnos e dianhos, spritos das nevoadas veigas // corvos, pintitas e
maigas, feitizos das mencinheiras …
Ìn secundo millesimo quinquagessimo decimo tertio anno post exactos reges naufragus septuaginta annosobtinuit, qui pervivat per multos annos in labore artis poeticae et bene dicendi. Salve, salvete.
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