lunes, 31 de marzo de 2014

Follada en mi bemol

Sabía el náufrago que el poema 20 sería la comidilla del Sonetario 52. Todo el mundo lo había encontrado pronto, casi al abrir el libro. El título invitaba y fue el primer soneto que se leyó. El náufrago sospecha que habrá quien no haya leído más, pero el soneto 20 se ha releído, declamado, reclamado y aclamado. Follada en mí bemol, de qué irá esto, invita automáticamente el titular.
El náufrago no está criticando esto, incluso le parece bien. Si el autor tiene derecho a “provocar”, el lector lo tiene también para leer lo que quiera, como quiera y cuando quiera. Pero es un decir.

El poema pretende -y lo consigue- romper con el tabú sexual que está presente también en los textos poéticos. La poesía erótica es amplia y conocida en la historia literaria, pero tratada con un agudo realismo sorprende al más pintado. Automáticamente tenemos querencia a tratar el poema de pornográfico o, peor todavía, poco poético. Y esto es lo que el náufrago pretendía, romper con esa concepción romanticona de la poesía y descubrir el intimismo con todas esas palabras-tabúes que, sin embargo, afloran todos los días en la calle.


Pensar que la poesía tiene sus fronteras limitadas por las bellas palabras y los buenos sentimientos ha sido la castración de la poesía hasta la época del “malditismo bohemio”. Se da en otros casos. Cuando la gente se entera de que A. Machado había hecho un poema a las moscas, Neruda a la patata o R. Montesinos al cuba de la basura, lo consideraban inapropiado para el lenguaje poético. ¿Cómo algo tan sublime como la poesía puede dedicar sus versos a asuntos tan vulgares?
En la novela se permite que salgan las putas, los asesinos, las drogas … reflejando la realidad de la vida. Se acepta con más o menos remilgos, pues es sabido que el español -pío y educado- se la ha cogido siempre con papel de fumar. Pero ¿en la poesía? Eso nunca. La poesía estaba para cantar a los almendros en flor, a las lunas estrelladas de agosto y a las miradas de pupilas azules. Pues bien, eso es lo que quiere romper el poema 20.
Follada en mí bemol, el poema 20 del Sonetario 52, es un poema rebelde y revolucionario, ya queda dicho, provocativo y provocador, que intencionadamente usa un lenguaje no común en la poesía española. El libro también tiene otros poemas que, sin llegar a tanto, se consideran “poco poéticos” (sic). Los números 19, 21y 43, dedicados respectivamente al cubalibre, a un pedo y a un pleno municipal no parecen ser “temas” muy poéticos, pero llaman menos la atención que el soneto 20. Y casi con toda seguridad el enano de la venta seguirá en la zahúrda, disfrutando como “voyeur”. Claro que al náufrago le gustaría que se leyeran también los otros. 

viernes, 28 de marzo de 2014

El semáforo - 4

El semáforo se encogía de hombros cada vez que el tío “Picúo” le sacaba la lengua y blandía su azada como amenaza impotente. Con su risa electrónica parecía un enorme compás desnivelado en contraste con la débil figura del abuelo.
Fue el hombre misterioso quien vio al tío “Picúo” llorar con sus macetas aquel día doce de enero. En el mismo instante en que el semáforo, metálico y soberbio, lucía una bola de ámbar en su ojo ciclópeo.
Ni la física nuclear ni los computadores sabrán nunca por qué se llora por amor, ni por qué la
niña Lupi dejó tirada su bufanda verde en aquel semáforo ni podrán entender los murmullos mascullados del agónico tío “Picúo”.
            Aquel doce de enero, el hombre misterioso escribiría otra página íntima con el fuerte dolor de cabeza que se le presentaba cada vez que miraba el cruce del semáforo... el cruce de los paseantes anónimos... el cruce de la incomunicación urbana... el cruce de la máquina eléctrica que no tenía bufanda verde, ni arrugas picúas, ni rojos besos en los pezones de alguien.

La gente -siempre la gente- siguiendo aquel cocodrilo de metal con sus manos en los bolsillos y sus miradas encorvadas ante el vigilante semáforo ¿A quiénes interesaban sus soledades, sus frustraciones y sus suspiros?. Monigotes del semáforo, parecían figuras de guiñol amaestradas por la luz verde-ámbar de su ojo ciclópeo.

El semáforo sólo era dominado por el hombre misterioso de aquella habitación vacía. Y todas las mañanas, con el despertar de los gallos, aquel hombre le increpaba desde su ahumado ventanal con un monólogo parecido a éste:
“Te enseñaré un día mis heridas, armatoste presumido, y sustituiré tus cables por las yemas de mis dedos. Tu silueta de aluminio ha derribado al olmo viejo y ya sólo te alimenta el olor a crisantemos y  el semen podrido de tus venas metálicas. A paso lento, sonámbulo tal vez, ahogaré tu voz de soprano con el eco de la nana de la niña Lupi, desde este parabrisas al que nunca llegarás con tus responsos. No seré nunca tu cómplice de cera ni me pondré la careta que me exiges. El hombre no es un instrumento, ¡entérate, cocodrilo viejo!, pues siempre preferiré el cansado sudor del tío “Picúo” al olor alquitrán de tu barriga.
-           ¡Tonterías!, exclamaba el semáforo con su vozarrón de lata.
Verde, sigue lloviendo, un peatón vomita, aquellos locos de mi pueblo, caricia vegetal, rojo, ¡progreso!, un lagarto en el trasluz, sangre derramada, cortijos blancos, imanes del asfalto, ámbar -siempre ámbar- risa de Lupi, otra vez verde, plaza arriba, domingo de carnaval, metálicos quejíos, luz de neón en los grandes almacenes, rojo, cantos de cisne, orgasmo inacabado de mujer, cestas de la compra, tacones ámbar -siempre ámbar- fresas rojas en la piel del tío “Picúo”, verdes-verdes-verdes.
Aquel día, sin embargo...
            Cuentan las crónicas que, todos los doce de octubre, el semáforo de Arabial toma la forma de un hombre misterioso y su ojo ciclópeo se vuelve todo blanco, como un musgo nevado de la Nevada Sierra. Y cuando esto ocurre, los transeúntes se quedan parados automáticamente, como estatuas de piedra. Yo los he visto.
                                                                                                          Fin


miércoles, 26 de marzo de 2014

El semáforo . 3

El hombre solitario la observaba todas las tardes con el ojo gigantesco de sus prismáticos. Recuerda una mirada de ella al atardecer de ese día 12 de octubre; recuerda un pisotón suave en el cruce de cebra; recuerda una lenta disculpa tartamuda; recuerda un cosquilleo en la piel cuando aquel aroma de mujer llegó hasta la habitación vacía... ¡Recuerda tantas cosas aquel hombre!

Ahora estaba allí en la acera de siempre. Juventud del semáforo rojo, bulliciosa y alegre, entre el silencio de su ventana y todos los tacones anónimos de aquellas señoras con sus cestos de la compra. Roja su juventud en el rojo semáforo de la tarde. Como siempre, eufórica. Como siempre, joven.
Aquel doce de octubre la vega de Somosierra se había vestido de un rosado larguirucho. El hombre misterioso entreabrió la ventana y los visillos. Fue el momento en que el gran semáforo rojo empezó a silbar un extraño pitido de campana ronca.                                     
-              ¿Qué querías con tu prisa?  ¿Por qué se paró tu señal de fuego?
-               ¡Calla, semáforo, tu letanía de sombras!
            La voz del semáforo le hizo bajar su mirada hacia el asfalto. Entonces comprendió que la vida feliz de la niña Lupi se había ido en un soplo. En aquella estación del cruce viejo, el semáforo rojo se vistió de luto. Hoy descansa la vida entre sus guiños.


Eran los últimos cuidados que el tío “Picúo” daba a su pequeño huerto de la infancia. También sería la última cosecha arrancada a un trocito de vega familiar y artesana. Dos grandísimas excavadoras empezaban a roturar aquella tierra fértil entre Purchil y Las Gabias. El tío “Picúo” llevaba tiempo dándole vueltas a su cabeza, y mascullaba un refrán incomprensible.
¿A quién se le habría ocurrido poner allí unos grandes almacenes?
¿Qué haría él, ahora, sin la cita con sus calabacines ámbar, con sus tomates ámbar, con sus melones ámbar? ¿Qué haría él sin la niña Lupi?
Toda su vida dedicada al laboreo amoroso de su tierra, compañera y amiga de los pequeños momentos llenos de felicidad heredada; toda su vida entregada al diálogo directo con los terrones regados a duras penas; toda su vida degustando el cigarrillo a media mañana con el sol -todo ámbar- de las tardes.
Y ámbar había sido la dura jornada aquel doce de enero. El tío “Picúo” recuerda muy bien cuando colocaron aquel gran semáforo del cruce.
Siete troncos de vida, siete arroyos en la arruga del olivo herido.
Siete bronces de ámbar, siete palas, siete veces setenta girasoles.


martes, 25 de marzo de 2014

Teoría del espectro

Cuenta la psicología que hay impresiones que comienzan gestándose lentamente
como verdad, alcanzan la categoría de manía que desfigura la realidad y llegan a convertirse 
enuna anormalidad del pensamiento lógico que condiciona la conducta. No hay maldad ni 
intencionalidad necesariamente, pero supone una deformación que necesita un soporte culpable. 
Ocurrido esto,se proyecta siempre en el “causante” (responsable o no) de la “razón” que le 
sirve de motivo. No hay salida. Nada ni nadie podrá cambiar el espectro formado sobre / 
alrededor de / con, etc.
            El mismo proceso se sigue en las ideas, opiniones y / o virtudes y defectos de algo o de 
alguien. Nada que ver con otro tipo de deformaciones como, por ejemplo, el esperpento. Éste es 
una deformación intencionadamente grotesca de la realidad para hacer de ella una caricatura. 
La teoría del espectro, no. Esta es una deformación irracional de la verdad basada en realidades 
aparentes.
            El náufrago ha recordado esta teoría mientras escuchaba todos los loores y alabanzas 
sobrela figura de Adolfo Suárez, que han hecho de su necrológica un obituario difícilmente digerible. 
En laGoleta se cree que, efectivamente, el personaje ha entrado en la Historia de España por 
méritos propios. Su trayectoria fue impecable: desde un franquismo conocido y nunca camuflado, 
heredó una dictadura residual pero poderosa y -con ella- les bajó los humos a los poderes fácticos 
y consiguió la venida de la democracia. 

Pero … ¿cómo es posible que un señor que fue insultado por unos y otros, que conoció las
zancadillas de sus propios y la maledicencia de sus extraños, dé lugar a esta literatura de la
oda y de la canción, como elegía cínica y,men algunos casos, vergonzante? ¿Es la muerte
razón suficiente para desterrar la imagen del espectro?
El náufrago se siente avergonzado de que aquel que fue “tahúr del Missisipi”, traidor y
antipatriota, sujeto de paredón y carnaza politiquera  sea ahora “el redentor de la libertad”, el
conciliador de España y el ángel custodio de nuestra moderna aventura democrática y nacional.
Y la vergüenza del náufrago no es porque dude de que eso sea verdad, sino porque se diga ahora.
La realidad virtual invertida. Todos contra él (antes) … todos con él (ahora).
En muchos casos la teoría del espectro se ceba con unos y otros.  El desamor, el despecho, 
la envidia, el deseo de revancha son su caldo de cultivo. El espectro anula cualquier
tipo de virtud o cualidad del individuo y, al mismo tiempo, amplia y multiplica sus vicios y defectos.
Todo lo que hagas estará mal, porque el espectro teme que haya un resquicio de salvación.
“Yo no soy un monstruo como dicen que soy”. Son palabras de Adolfo Suárez, que pronunció antes 
deperder la conciencia e ingresar en ese limbo de su muerte viva. Por supuesto que el espectro puede 
teneruno o muchos motivos para dibujar esa deformación, pero éstos se le presentan como irredentos,
insalvables, imperdonables. Sólo cuando viene la muerte se dirá qué bueno era … o no era tan malo.

viernes, 21 de marzo de 2014

El semáforo - 2

La vida inocente de Lupi, aquella niña ciega de trenzas negras que todos los días
endulzaba sus labios con el donut de una escuela en Boadilla. La veía jugar a la gallinita con su espinete de goma y una bufanda verde que le cubría una chata naricilla, casi como de juguete. La niña Lupi miraba a todos sus vecinos del semáforo, pero sólo veía con su larga trenza negra. Ojos de cera verde y zapatos de charol.
¿Por qué la niña Lupi reía siempre con su bufanda verde, a pesar de no poder distinguir los colores de la vida?  ¿Qué sueños dormirían en los ojos cerrados de la niña Lupi?
El semáforo le dejaba paso preferente y la mimaba con un sonsonete que ella agradecía con el verde airear de su bufanda.
Niña y bufanda,
anda el carrusel del mundo,
trompetín como juguete,
espinete, ¡vete! ¡vete!


La niña Lupi salía del colegio con sus cromos imaginados en el interior de sus pupilas y, con su media lengua, cantaba la canción del semáforo que le servía como saludo. Nunca olvidará aquel hombre solitario la risa de la niña Lupi con su bufanda verde, que estiraba cada vez que cruzaba el verde semáforo de la calle Arabial.
¿Por qué se enamoró aquel hombre de la niña Lupi?
El rojo corazón de Badina. Penumbra siempre. Besos en el portal de enfrente. Rojo semáforo calentando el viento. Un flexo rojo en el rojo cerebro del hombre solitario.
-          Mira el semáforo rojo, Badina!; comprueba su zigzag y su fogueo; nuestro aliento de cada tarde en cada abrazo.
-          Espera la señal; espera que la nieve mitigue este calor, contestaba Badina acariciando la fría farola de la calle.
Y el semáforo ponía una luz de pudor rojo en los pezones de Badina.
Rosa, rosae, crucigrama. Vega y mar.
Badina, mujer: do you love?.
En el páramo un lunar:
beso, requesón. ¿Qué tal?

martes, 18 de marzo de 2014

El semáforo - 1

En 1989 este cuento fue premiado y, pese a ello, permanece inédito. El náufrago lo ha repescado y quiere ofrecérselo a sus lectores. Lleva una cita que dice así:    
                                            Ni la física nuclear ni la electrónica
                                                                  p odrán nunca explicarnos por qué se llora por amor”.
                                                                                                                     E. Ory 
                                                                                                                                                                                 
            1
Siempre su mirada, desde aquella ventana de cristal ahumado, se dirigía incansablemente al semáforo del cruce, entre Carretas y Gran Vía. El semáforo colgante, con sus brazos de metal cansino, con su color ámbar-rojo-verde que se reflejaba en todos los atardeceres del invierno, con aquella niebla amarillenta y pegada a las ruedas de los coches como vaho intermitente.

El también echaba humo por la boca desde el rincón de una habitación desconocida. La ciudad había recobrado su murmullo y su ajetreo tras el íntimo tiempo veraniego y, como todos los días, aquel 12 de octubre amaneció con un cielo de algodón plomizo y un chirimiri húmedo que enfriaba los cuerpos de la calle. Somosierra comenzaba a lavar sus legañas con los primeros roces del calor de los primeros faros. A lo lejos, los picos ocres, como fantasmas previstos y compañeros, presidían todos los sueños de la ciudad. Se despertaba el día en el ancho ventanal, frente al mismo semáforo de tantos años. Siempre con el mismo trasiego por su paso, guardián del asfalto y de las nubes, el semáforo hablaba:
Empieza otro día anónimo, otra fatiga, otro cantar y otro beso probablemente perdido. Me visitará la niña Lupi con su bufanda verde y tendré que darle fuego otra vez al pelmazo del tío “Picúo”. Badina me guiñará a escondidas para que no la vea el novio, y yo le mandaré ese clavel rojo que a ella tanto le gusta.
          -            Cuidado! Deprisa, despacio! Deprisa, despacio! Deprisaaaa...!.
Adiós, hasta mañana, suspenso en química, el tío cabrón, dame fuego, siento lo de tu padre, Merce está como un tren, ¿en las rebajas?, hay huelga mañana, para postre natillas, tendré que vacunarme de nuevo... si, ya, oye, vale, bueno, … espera!, nos veremos luego... cusapitukawani.

Era el semáforo un lugar de encuentro, una cita necesaria y una parada obligada. Mirada y semáforo, ojo y color, hombre y máquina. Con el despertar de los gallos una masa de cuerpos se cruzaba en el mismo sitio, se miraba por un momento, se rozaba sin conocerse, a la misma hora y de la misma manera. Aquella señora del perrito caniche, el militar con su carpeta negra, los chicos del colegio y el balón de goma, la vieja “Quejica” con su reuma a cuestas y... ¡cómo no!... la niña Lupi, el tío “Picúo” y Badina... Todos esperaban la voz del semáforo que los pondría mecánicamente a andar.
Entre aquel cruce de Carretas y Gran Vía discurría también la vida de aquel hombre solitario, como un pedro páramo en Comala.       (continuará…)

martes, 11 de marzo de 2014

11 - M

          10 años. La sirena llevaba al náufrago al Ganivet, como de costumbre, comentando el tráfico granadino de las 9 de la mañana. Pronto empezaría una nueva clase de literatura: ¿tal vez tocaba la poesía existencial?  Y de pronto la radio que anuncia una explosión. Lo demás ya se sabe.
-         Íbamos por el puente de la Avda. Andalucía tú, Tete y yo.
-         Lo recuerdo perfectamente.
-         Sí, muy triste.
-         Dieron la noticia exactamente cuando yo te decía que eras más guapa que el kopón de las marismas.
-         Eso no me suena.
          En la Goleta está grabada la canción que el Orfeón Donostiarra le dedicó a las 192 víctimas del atentado terrorista más grave, más macabro y más irracional de toda nuestra historia. La canción se titula “Merece la pena” y es un verdadero poema del dolor y, al mismo tiempo, de exaltación de la vida. Oda y elegía , unidas para dar cuerpo, pero sobre todo alma, a tres ideas claves: el deseo imposible de volver, el grito de la ausencia y la necesidad de la lucha ... porque merece la pena.
           Desde el faro de Rocadura hasta la playa de los caimanes ha estado sonando hoy esta canción, durante todo el día. Como un homenaje y un recuerdo. Para la esperanza. Con el silencio sonoro de todas las voces unidas en la palabra. Desde la rabia hacia la canción. Entre todos los muertos. En cada corazón y en cada vena. Porque merece la pena.

El náufrago quiere ofrecer hoy a sus lectores la letra de esta oda - elegía:

Quisiera dejarlo todo / viajar de nuevo a ti, //quisiera volverme niño / sentir nuestro latir,
atravesar el tiempo / soñar lo que sentí, // quisiera tenerte cerca / vivir lo que perdí,
quisiera el momento eterno / momento que me invite a ti //, quisiera sentir tu aire / tu piel,
                                                                                                                                        tu boca en mí,
quisiera escarbar la tierra / plantarte un bello jardín, // quisiera ofrecerte un sueño / 
                                                                                                                 un sueño que te haga feliz.
Merece la pena soñar, reír y llorar,
merece la pena luchar y remontar.

Brilla el sol, brillas tú, / brillará la luna // en el alma de un nuevo día / brilla la mañana,
tú eres  hoy mi vida / tú eres hoy mi alma, // flores  en lirios / flores en rosas bajo mi ventana.
de noche tu luna es mi guía /de día es tu mirar, //mi corazón me grita / quisiera volverte a amar,
vagando de calle en calle / tu casa la he de encontrar, // pedirte que vuelvas a mí / crear la eternidad.
Merece la pena…//

Y sin ti no sabría cumplir mi sueño, // y sin ti no hay deseo, no hay empeño,
y sin ti hoy la pena me diluye, // y sin ti la alegría me rehuye,
y sin  ti ya no ha vida, no hay aliento, // y sin ti es luchar contra el viento
y sin ti las estrellas ya no alumbran, // y sin ti es la pena que me inunda.
Y sin  ti mi esperanza se diluye, // y sin ti  hoy mi vida ya no fluye.

                                                                           Léalo, querido amigo. Es otra forma de rezar.



jueves, 6 de marzo de 2014

Lepoldo Mª Panero

El náufrago conoció a Leopoldo Mª Panero en el Instituto Español de Lisboa. 1987. Panero habló en el Forum Picoas sobre la locura de la poesía, ¿o acaso fue sobre la poesía de la locura? El náufrago no sabría distinguir ahora, después de 27 años. Pero tal vez sea el mismo asunto, sobre todo en él que, siendo el más cuerdo de la saga literaria de los Panero, ha pasado por loco para los exégetas puristas y los críticos de solapas. El náufrago se fue con Leopoldo a Cascais y le hizo una entrevista para Boca Bilingüe, una publicación hispanoportuguesa por la que pasaron plumas de la talla de José Bento, Saramago y Miguel Torga.
Entonces el náufrago bebía cubatas fresquitos  en las tascas de Alfama y las noches alfacinhas eran su paisaje y su paisanaje, desde Caparica a Sintra, pasando por San Joao do Estoril. Y al terminar la entrevista Panero se puso serio y dijo: “No saques la entrevista que te hincho a hostias”. Y Boca Bilingüe salió sin la boca de Panero. Al otro día, el náufrago lo invitó a su clase de literatura con los alumnos (y alumnas) de COU. El náufrago sabía a lo que se exponía y, efectivamente, Panero empezó a echar sapos por su boca y no dejó títere con cabeza. Sirvan como ejemplo estas dos afirmaciones que dejó caer en clase, mientras los alumnos no salían de su asombro.
-La literatura es una mierda y está bien que así sea, siempre que los escritores se den cuenta de ello, lo acepten y no salgan de sus cloacas.

-La poesía que no es provocadora es sólo ocupación de maricones o calientapollas.


Nacido en el seno de una familia burguesa, conoció la siembra y el rescoldo franquista a través de su padre, falangista de pura cepa, pero él le salió rana: izquierdoso radical, transgresor maldito, bohemio del vacío, la soledad y la nada, escándalo siempre, drogata y obseso sexual, tabú marginal, heterodoxo invencible, incansable creador de la ruina y la destrucción … buen currículum el de este hombre que nunca perdonaría a Castellet que lo hubiera incluido en su antología novísima, el ejemplo más vivo del florero poético, costra y casta de todos los parnasos.
            Ha muerto encerrado en su manicomio personal e intransferible, masticando simbolismos y cagándose en la madre que parió a esta España mía / esta España nuestra.
            El náufrago sabe que decir de él que fue uno de los grandes poetas españoles de la modernidad puede parecer exagerado, pero se atreve a decirlo. Basta leer su obra El último hombre, editada en la colección Pluma rota de Ediciones Libertarias. Ésa que el propio autor dedica “ a (ellos), que me ayudaron a escapar del manicomio, salvándome así de la locura”. Él siempre presumía de estos versos:
                        He fumado mi vida y del incendio
                               sólo quedan ridículas cenizas.
            Pero el náufrago prefiere despedirlo con uno de aquellos “haiku”:
Un lago ha nacido, // en mi cráneo flotan los peces.
Pinto mis uñas // pienso en mi hermano // tumba entre tumba.

lunes, 3 de marzo de 2014

Navegando

Celebró el náufrago el Día de Andalucía oyendo a David Broza, un cantautor israelí que ha puesto su música y su poesía al servicio de la paz. A punto de cumplir los 60, después de una juventud bohemia como vendedor ambulante de cuadros en el Rastro madrileño, Broza es ahora uno de los grandes voceadores de la UNICEF, junto al jordano Hani Nasser.
La otra alternativa era tragarse las 6 horas de la final de los carnavales gaditanos. Así que soportó las chirigotas durante 4 horas (para que luego digan) y las otras 2 restantes las dedicó a Broza. Al náufrago le encanta su poesía urbana, desgarrada y denunciadora, que se mete en las raíces de la raíz, como un lamento. Y esa voz suya, de metal oxidado, carrasqueña como la aceituna rota. Por eso el náufrago ha elegido como poema insignia de su blog éste que sigue:
                                “He marchado y he dejado en tierra todos mis problemas;
                                             ahora voy navegando sólo con el viento.
                                             Él escucha mi lamento, no me dice nada; sabe lo que siento.
                                             He marchado y he dejado en tierra todo lo que quiero.
                                             Acostaré al sol, recibiré a la luna y esperaré a que venga el viento
                                             para que me lleve lejos.
Y tras repetir varias veces -machaconamente- el estribillo, Broza nos avisa con un verso indemostrable e indefinible:

                                                         “Pero no, no soy un valiente; enseguida vuelvo”    


Imposible describir / relatar mejor la vida del náufrago. Recordemos cómo el Robinsón Crusoe pasa 28 años en una isla tropical exótica y lejana, cerca del Orinoco, después de haber sido rescatado por los piratas. Sólo él logra sobrevivir y entonces, no antes, Daniel Defoe nos lo presenta como el emilio rusoniano, el hombre perfecto que sigue la naturaleza y se contrapone al homo homini lupus.  Robinsón refleja la bondad superlativa del hombre ferino (mito salvaje) y pasa a ser uno de los grandes ideales del romanticismo duro,  del de verdad,  ese que sólo creía en la paz de los sepulcros y que hacía de la tempestad y las ruinas sus enclaves preferidos, tan distintos a los amariconados paisajes de almendros en flor por donde revolotean pichones amarillos y oscuras golondrinas.
Fue una celebración andaluza atípica. Sólo un compás deshidratado de la guitarra de Paco de Lucía anunciaba en la Goleta un naufragio nuevo. Tete vino de Londres y le trajo a la sirena una felicidad limpia y generosa, tal vez humedecida por las aguas del Támesis.
Por eso, cuando hoy se vaya de nuevo, un nuevo náufrago rondará por Hyde Park.