El día 26 de junio, cuando toda la prensa hablaba sólo de dos asuntos, la prima de riesgo a la luz del rescate y la ansiada espera de la “roja” ante su partido futbolero contra Portugal, hete aquí que llegó a la Goleta un papel azulón, salido de las vírgenes aguas del Mar de los Fenicios, con unas letras impresas que el náufrago pudo leer a duras penas, ya que el agua había desteñido el carboncillo de la escritura.
¿Sería un mensaje de amor, un SOS urgente tal vez, acaso un misterioso mensaje de un tesoro, o quizás una amenaza nueva del pirata Nelson, su enemigo de al lado? Temblaba el náufrago -nerviosamente- y sus dedos bailaban sobre la húmeda textura del papel. Pero nada de eso era. Una noticia tan sólo:
“La policía detuvo ayer a dos jóvenes que habían robado unos libros”
¿Cómo? … Imposible, pensó el náufrago, y releyó varias veces las deshilachadas grafías para asegurarse de que eso era lo que estaba escrito.
Y recordó aquel texto sobre la historia de la niña que robaba las palabras a Hitler en el famoso cuento de Markus Zusak o aquel programa “Robando libros” de Radio Arena, en Tenerife, un desafío a la lectura como tiempo de ocio y de cultura. Cualquier lector del breve texto, por poco desarrollada que tuviera su comprensión lectora, podía deducir una serie de realidades a cual más sorprendente:
- que todavía había gente interesada en los libros,
- que su interés era tan grande que les empujaba incluso a robarlos, como si se
tratase de un artículo de primera necesidad, algo así como el pan para comer,
- que la policía los detenía por entender que robar libros era una acción
delictiva.